Férvido y mucho

La deuda occidental para con Rusia

Vincent Bolloré es un industrial multimillonario francés y militante católico que, en su grupo mediático, edita a veces autores censurados, marginados y perseguidos por la tentacular mafia woke que asfixia a Europa. Son obras innovadoras y críticas con la cancel culture cuyo cuartel general, organizado en gang, reside en Wikipedia amparándose fraudulentamente en sesgado fact-checking. Pues la así llamada cultura de la cancelación es eso: un gang. Y ese gang, para desinformar en Wikipedia, utiliza el método de Goebbels, la objetividad aparente: decir noventa verdades banales deslizando entre ellas diez mentiras cruciales.

Sábado 12-04-2025, la periodista rusa Xenia Fedorova (autora de Bannie, Ed. Fayard) fue acosada en la caseta de su editorial (Festival du livre de Paris) por una horda de fanáticos pro-Zelenski ¿Qué se le reprochaba a Fedorova? Haber explicado minuciosamente en Bannie el cierre de RT France (cadena de televisión de matriz rusa de la que Fedorova era presidenta, supuestamente defendiendo los intereses de Putin). Obsérvese, en plena guerra fría nadie prohibió el Partido Comunista Francés ni siquiera durante la invasión de Hungría. A eso han llegado los gnomos de Bruselas con Von der Lerda en cabeza: cerrar cadenas de televisión por opiniones anti-mainstream. Hombre, uno no es tan tonto como para informarse solamente por El País, ABC, Le Monde, The Guardian, etc. Uno exige su derecho al error informándose también en otros medios. Aunque sean rusos. No nos engañemos, la oposición al régimen en Rusia no es democráticamente pro-occidental, es pro-woke. No hay nada culturalmente menos occidental que la peste woke.

El terrorismo independentista checheno (musulmán) llevó la barbarie a Moscú (heroína, mafias de proxenetas despiadados, bombas en lugares públicos …) Putin los frenó en seco. En Moscú y en Chechenia. Ahora los chechenos son los más leales y valientes soldados de la Federación Rusa. Por el contrario, en Bélgica la Mocro maffia impone su ley allende el tráfico de drogas; en España, los musulmanes arrojan agua y objetos al paso de las procesiones; Francia, en veinte años, tendrá un Président musulmán…etc. Y como Macron, ese loco, quiere levantar un súper-ejército europeo, con el dinero de los socios, Europa pondrá en el futuro su potencia militar en manos de un musulmán. Bolloré es perfectamente consciente que los únicos que han parado los pies a los musulmanes en Europa han sido los rusos. Rusia se perfila como la reserva espiritual de Occidente. Deberíamos estarles agradecidos. El problema es que siete veladuras de ignorancia cubren la mirada histórica de muchos impidiéndoles ver a Rusia como extraordinario foco de cultura occidental.

En los últimos seis siglos, España vivió épocas luminosas y otras menos brillantes. Hubo largos periodos de postración, decadencia y oscurantismo sin que por ello nuestra nación dejara de pertenecer a la civilización judeocristiana si bien ciertos vecinos nos miran por encima del hombro con sostenido desprecio. Incluso dentro de la UEM nos han encasillado socio Pig. Pero siendo la Historia un continuum sería tremenda injusticia asignarnos una membresía de quitaipón en el colectivo de grandes culturas occidentales. Con mayor razón, Rusia, que desde el siglo XIX nos supera en casi todo, es pieza crucial en la construcción de Occidente. No obstante, la propaganda antisoviética ha calado tan profundamente que subsistente prejuicios ínsitos férreamente de manera que todavía se tiende a considerar a Rusia un trasunto expansionista de la URSS. En peor, o casi. La verdad es que la deuda histórica occidental para con Rusia es enorme. Y no para de crecer.

A Rusia, y su enjambrazón en el mundo eslavo (Ucrania, sin la aportación rusa sería culturalmente un erial), le debemos extraordinaria literatura; lo mismo sucede con la música sinfónica o las artes; ajedrez, matemáticas y la buena ciencia, la ciencia útil al ser humano. También a Rusia le debemos, sobre todo, la victoria sobre el nazismo (muy admirado en Ucrania). La tan denostada URSS, cuya cabeza era Rusia, pagó con veinticinco millones de vidas y cincuenta millones de heridos la insuperable gesta. Cómo olvidarlo, es de mal nacidos ser desagradecidos. Cincuenta millones de heridos –ciegos, sin brazos, sin piernas, con la cara destrozada, sin mandíbula ni nariz, pulmones e intestinos perforados de metralla, etc.- constituyeron un tremendo lastre para la recuperación económica que la URSS superó con disciplina, entrega y solidaridad. Para la URSS no hubo plan Marshall, tuvieron que arreglárselas solos. Y se las arreglaron porque, hombres y mujeres, fueron la crema de la humanidad.

Durante el bloqueo de Leningrado, Leonid Kantorovich, después de haberse doctorado en matemáticas a los veinte años y obtener la cátedra a los veintidós, fue el responsable de la Caravana de la vida que atravesando el helado Lagoda aprontaba víveres a los asediados. El astuto Kantorovich minimizó las pérdidas de camiones, sometidos al bombardeo alemán, calculando la distancia óptima que debían respetar entre ellos bajo restricción de temperatura del aire y espesor de la capa de hielo. No es menos digno de admiración que en lugar de quedarse en su despacho haciendo cálculos y dando órdenes, Kantorovich condujera un camión en cada convoy. Con hombres así los rusos ganaron la guerra.

Inesperadamente, el 4 octubre de 1957, la Unión Soviética, con Rusia a la cabeza, considerada por EE.UU tecnológicamente muy atrasada, logró colocar en órbita, antes que ningún otro país, el satélite Sputnik1. Los logros espectaculares de la ciencia y la tecnología de la URSS desencadenaron sicosis colectiva en Estados Unidos cuya población se sintió amenazada. La amenaza se materializó en bofetón cuando el 6 diciembre de 1957 los norteamericanos lanzaron su primer satélite, el Vanguard TV3, que explotó ante las cámaras del mundo entero. En este contexto de guerra fría y carrera espacial entre la URSS y EE.UU se produjo un hecho mayor, cenital, de la historia de la humanidad. El 12 abril de 1961 la Unión Soviética orbitó la capsula Vostok (Oriente, en ruso) tripulada por el cosmonauta Yuri Gagarin. Gagarin devino en héroe internacional, admirado por doquier incluida la España franquista. Su gesta, en general, fue vista como un triunfo de la Humanidad. 

Hoy, plenamente conscientes de la brutalidad ideológica imperante en la Unión Soviética y del ahormado que sufrieron sus habitantes, releyendo la gesta de todo un puñado de naciones pobres en nombre de las naciones pobres, 12 abril de 1961, personalizada en un humilde obrero metalúrgico, Yuri Gagarin, a algunos se nos pega en el corazón como un dorado polvillo de admiración por lo grandes que llegaron a ser los rusos.

Su cultura y ciencia, su victoria sobre el nazismo y la nueva era para la humanidad principiada por la gesta de Gagarin deberían ser hitos suficientemente constitutivos de respeto y admiración a la Federación Rusa. Pero hay más: su victoria sobre el Islam liberticida, capacidad de integración de distintas etnias e impermeabilidad al gang woke.

Aún actualmente, en los länder de la antigua RDA los alemanes dicen con nostalgia y agradecimiento: Aquí no olvidamos lo mucho que debemos a los rusos. Y Helmut Kohl, -cuando despidió a los soldados rusos (se fueron sin disparar ni un tiro)- tuvo la grandeza de despedirlos así: Os vais como amigos.

Siguen siendo nuestros amigos: son la sacrificada vanguardia de Occidente.