¿Crisis en la OTAN?
La llegada de Trump a la Casa Blanca ha cambiado el orden internacional surgido tras la Segunda Guerra Mundial y uno de cuyos principales pilares, la OTAN, también se tambalea en medio de una un gran incertidumbre y un tímido pero necesario rearme europeo.
Los anuncios e incluso amenazas por parte de la actual administración norteamericana en el sentido de que Estados Unidos podría llegar a abandonar la Alianza Atlántica, tras décadas de liderar el mundo libre en su lucha contra el comunismo, han encendido todas las alarmas en la mayor parte de los miembros de la OTAN y en el seno mismo de esta organización, antaño la columna vertebral occidental que garantizaba supuestamente la seguridad a todos sus miembros.
El presidente Donald Trump nunca se ha sentido gusto dentro de la OTAN porque siempre ha desdeñado el multilateralismo y ha despreciado abiertamente a sus socios europeos, a los que permanentemente les recrimina su escaso gasto en materia de seguridad y defensa, algo que es cierto todo hay decirlo, y nunca ha visto a la Alianza Atlántica como una pieza fundamental en la defensa de los valores y principios occidentales.
La concepción de Trump pasa por un orden internacional en donde los Estados Unidos se sitúan en el epicentro del sistema y los demás países sean meras piezas secundarias en el gran juego donde la gran potencia norteamericana es el actor hegemónico al que los demás deben subordinarse en aras de cumplir sus anhelos imperiales. Si a eso añadimos la personalidad egocéntrica, caprichosa y soberbia del mandatario norteamericano, la imprevisibilidad, e incluso a veces la voluble toma decisiones, muchas inexplicables, otras absurdas, harán de este mandato una suerte montaña rusa que agitará a nuestras cancillerías, bolsas y gobiernos.
En este contexto, entre la zozobra y la indefinición, el tira y afloja permanente y el “aquí mando yo”, se mueve la administración Trump como pez en el agua. Descolocando a todos y obligando a jugar con unas reglas hasta ahora desconocidas, la mayo parte de los socios de la OTAN, una vez que el paraguas protector de la organización ya no funciona o no se tiene la certeza de que vaya activarse en caso un de un ataque o amenaza, empiezan a programar planes de contingencia y Europa comienza a rearmarse.
Por ejemplo, en medio de esta crisis de los valores atlantistas, Polonia y los tres países bálticos -Lituania, Letonia y Estonia- han abandonado la Convención de Ottawa que prohibía la producción, posesión y transferencia de minas antipersona. Estos cuatro países son vecinos y fronterizos con Bielorrusia y Rusia y sienten la amenaza de Moscú mucho más presente que el resto de los países europeos. No cabe duda que la protección de sus fronteras, bien de un ataque convencional terrestre o de los periódicas avalanchas “espontáneas” de inmigrantes ilegales enviadas por sus vecinos, tiene mucho que ver con esta ruptura con la Convención de Ottawa, a la que, por cierto, también se ha sumado Finlandia, siempre en el punto de mira de Rusia y que ya fue invadida por los rusos en una ocasión, entre 1939 y 1940, y tuvo que ceder el 11% de su territorio a Rusia.
Pero también causa una gran preocupación en los socios europeos la nula capacidad nuclear europea frente a Rusia. De toda la Unión Europea (UE) solamente un Estado miembro, Francia, cuenta con ojivas nucleares en caso de un ataque nuclear frente a Rusia, aunque hablamos una cifra muy exigua, 290, y si sumamos las del Reino Unido, 225, en total Europa contaría con unas 665, añadiendo las 150 que Estados Unidos tiene estacionadas en el continente europeo, frente a las 5.580 de Rusia.
La OTAN, que durante casi ochenta años daba a sus miembros la mutua defensa si alguno era atacado a través del artículo 5 del Tratado de Washington, atraviesa una crisis existencial de impredecibles consecuencias para todos. ¿Seremos los europeos capaces de afrontar el envite de Trump y ser capaces de una vez por todas dotar a la UE de su necesaria capacidad defensiva? ¿O, por el contrario, inmersos en esta grave crisis del vínculo transatlántico, los europeos seguiremos esperando a que sean los Estados Unidos los que nos resuelvan los grandes desafíos que nos acechan? Esperemos que no porque quizá esta vez no venga nadie a sacarnos las castañas del fuego.