La copla flamenca y la fuerza de la brevedad
La copla nace como un fruto. Cáscara y hueso, un solo trazo que encarna en música y palabra. Paradójicamente es más eterna cuanto más efímera, porque los versos breves tienen la virtud de remarcar con más fuerza el silencio que nos dejan.
De un martillazo la copla consigue expresar intensidad, transparencia, “precisión lírica,” virtudes que encuentran su mejor expresión en versos breves y estrofas cortas, virtudes que hacen vibrar al silencio.
A partir de una coplita se puede construir una historia completa, Lope escribió El Caballero de Olmedo inspirado en el claroscuro de una seguidilla.
El gran poder connotativo de la copla genera zonas de indeterminación que el lector tiene que llenar como si él mismo fuera un narrador encargado de terminar el trazo de un dibujo. A menor denotación, mayor connotación. Los versos breves dicen mucho más por lo que callan y nos dejan un silencio luminoso en el aire, para que vuele la imaginación del lector. En este sentido, Ricardo Molina apuntaba que “la mejor poesía es la que dice más con menos palabras.”
Como se sugiere en “Pierre Menard,” el lector (o el oyente) de alguna manera es también el creador de una copla cuando su propio dolor encuentra en ella un espejo.
La esencia lírica de la copla expresa un dolor que se queda desnudo cuando se despoja de las cortas vestiduras de los versos. De esa manera toda la indeterminación consigue dibujar la máxima precisión del sentimiento. Hablamos de una síntesis emotiva que sólo es posible merced a los versos breves y a la economía de las imágenes. Con esta brevedad el sentido y la imagen son inseparables (como sucede en los mejores poemas) conforman una amalgama capaz de liberar de un solo golpe toda la emoción. Ésta también se debe al hecho de que las letras del flamenco hablan de cosas comunes a todos los hombres. El que las escucha siempre encuentra en ellas el reflejo de sus propias circunstancias; en ese momento deja de ser sujeto que siente, para convertirse en espectador de su propio sentimiento, en ello consiste la máxima sublimación.
La copla es espontánea como los requiebros que se improvisan en la calle. Igual que la capa torera, va sorteando la muerte, la Pena y la belleza. No surge como una forma poética sino como una transformación. En este sentido José Moreno Villa advierte que cuando el verso es breve, es fácil cambiarlo como vuelo de capa. Entonces la brevedad también es ligereza. Rodríguez Marín advierte que la copla es más ligera que el mismo aire.
A mayor brevedad, paradójicamente, se vuelve más audible el silencio que nos deja, y, ese silencio, después de la palabra, brinda plena expresión a la música y al sentimiento.
El verso breve es más luminoso sobre un lienzo oscuro. Por eso la copla flamenca tiene su mejor escenario en la noche. Lorca apuntaba que el jondo es un canto sin paisaje, y por ello “concentrado en sí mismo.” La introspección del cante necesita una copla desnuda, sin paisaje, para que el cantaor pueda concentrar toda su fuerza expresiva en una sola imagen.
La brevedad, lejos de ser un precepto, responde de manera natural a las necesidades expresivas del silencio; entramos en el territorio del duende, aquí sólo es posible acceder cuando la copla nos mata de una puñalada.
La copla nace como un fruto, natural y espontánea, como una sola forma en movimiento. Igual que la capa torera juega con el aire. Se pierde a lo lejos como el ayeo de la seguiriya. Constantemente cambia, pero siempre es la misma, por eso cuelga de una rama inasible en el árbol de la tradición.