Cerco alimentario en Gaza
El Medio Oriente se debate entre bombas y ráfagas que le dan color al salvajismo del conflicto entre los pueblos, cuya confrontación registra ahora, un desastre de mayores consecuencias: el cerco alimentario.
A la tragedia que hace eco de la capacidad humana para la destrucción de sus congéneres, se suma la tortura física y moral de inocentes que anhelan sobrevivir, mientras los niños desnutridos aprenden a jugar con armas y con el tiempo son destructores de más vidas.
La barbarie que vuela en la Franja de Gaza se centra hace once semanas en un bloqueo impuesto por Israel, que no permite entrada de alimentos, agua, combustible, elementos de higiene, medicamentos. Está en riesgo la supervivencia de 2,2 millones de palestinos, incomunicados y con hambre, cuyo destino depende de la respuesta a la estrategia perversa para lograr los intereses que están en juego.
Si se indaga por las medidas y razones para apaciguar esa ola de violencia, los culpables son quienes especulan esas atrocidades, pululan argumentos pero nunca en los excesos cometidos, exculpan razones de que la guerra es la dañina y que las víctimas no son por las acciones, sino como consecuencia de la confrontación. Lo cierto, es que el precio de la guerra fratricida se vive entre gritos de súplica, miradas de resentimiento, inanición, y el silencio cruel como estrategia del mismo mal.
Mientras en las zonas de conflicto se arrasa todo, lo peor es la masacre humana que termina en desplazamiento, odio y más violencia. Familias destruidas, reducidas y acabadas, lejos de humanizar una guerra sin sentido, noticias con datos parciales de muertes, que siempre registran una estadística aparente que esquiva las cifras ocultas, cuya suma de una y otra, presenta la precisión burda, cruel, ilógica, pero es real.
En los conflictos siempre están presentes las mujeres, quienes tristemente soportan la cuota de pesar en esas particulares circunstancias, la agonía ante el sufrimiento, y derrumbamiento con las pérdidas humanas de su mundo afectivo, en aquellos territorios martirizados por conflictos interminables de unos pueblos que reclaman la esperanza, y encuentran en la paz un don para reactivar la vida que les restituya la dignidad que merecen.
La paz no puede ser una simple pausa de descanso entre un conflicto y otro, amerita un eco mayor de las voces de esos lugares de horror y violencia, atención a los ojos que claman el silencio de las armas de quienes se resisten en sus tierras, y ni siquiera el sufrimiento los lleva a la tentación de abandonarlas.
El pasado 12 de mayo ante cerca de tres mil trabajadores de los medios de comunicación, intervino el Papa León XIV y dijo <<Desarmemos la comunicación de cualquier perjuicio, rencor, fanatismo y odio; purifiquémosla de la agresividad. No sirve una comunicación de fuerza, sino una comunicación capaz de escucha. Desarmemos las palabras y contribuiremos a desarmar la tierra>>
Necesitamos formas sensatas de una comunicación y construcción para la paz, que ojalá pronto llegue a ese lugar.