Andaba yo perdido en la selva inextricable del plegado del papel, cuando de pronto, a la vuelta de una esquina, surgió Carlos Pomarón, quien desde entonces sería mi amigo y mi mentor. Corría el año 1984, y se acababa de constituir la Asociación Española de Papiroflexia (AEP), de la que él había sido cofundador. Gracias a ella el futuro en este arte aún poco conocido fue posible para tantos jóvenes que lo transitaban a tientas. Se sabía de determinados modelos tradicionales, claro, como la pajarita y el barquito, y de destacados intelectuales que habían escrito libros iniciáticos y realizado pioneras y heroicas exposiciones. En Zaragoza ya existía, además, el Grupo Zaragozano de Papiroflexia, el más reĺevante de nuestro país, al que Carlos perteneció y relanzó en una segunda etapa, y que actuaría como embrión de la AEP, que acabaría aglutinando al resto de los locos del papel dispersos por España.
Carlos Pomarón, el comunicador más entusiasta que haya tenido jamás nuestra papiroflexia, jugó un papel decisivo en su popularización. La relación entre los papiroflectas, es decir, los practicantes de este noble arte, era un tanto limitada y con cierto aire de sociedad secreta hasta que Carlos propuso, con la desenvoltura que le caracterizaba, el contacto de unos con otros en todos los sentidos y direcciones. Así se fue desplegando el gran abanico de posibilidades que este triunfo de la imaginación representaba, facilitándose enormemente el acceso a ese universo escondido en una hoja de papel, lo más parecido a la nada, pero de la que podía salir todo, y que producía el asombro de la magia. Carlos, generoso hasta decir basta, maestro que compartía hasta el último de sus conocimientos, alma de la papiroflexia que buscaba siempre su lado espiritual, fue clave en su elevación a la categoría de arte al sacarla de la sección de trabajos manuales en que algunos todavía la encasillaban. Los artículos que publicó en la prensa con el título de Papiroflexia, un arte en tus manos son reveladores en ese aspecto. Con Carlos llegarían las convenciones internacionales y la publicación de importantes libros de divulgación españoles. Su tesón de mañico le llevó incluso a pretender para su ciudad natal un museo, un sueño que se haría realidad en la EMOZ (Escuela- Museo del Origami de Zaragoza), el primer Museo del Origami de Europa y uno de los pocos del mundo. Atención: “PAPIROFLEXIA = ORIGAMI” (escríbase cien veces en la pizarra). Por cierto que el empleo de esta palabra internacional está dando muy buenos resultados. Sin duda han sido muchos los artífices de esta nueva era de la papiroflexia española, pero Carlos Pomarón se nos fue hacia la eternidad de sus pajaritas el pasado 12 de octubre, Día del Pilar, seguramente a bordo de alguna grulla de Manchuria de papel. Por ello, en el “pilar” que simboliza hoy esta columna sólo hay sitio para su figura inmensa. Mi reconocimiento, sensei Carlos, y un besico.