¿Qué quieres ser cuando seas grande? Buscador de tesoros… Y buscador de tesoros fue
Hay quienes de niños sueñan con ser astronautas, médicos, futbolistas. Otros, más raros o más románticos, desean encontrar tesoros. Y algunos, muy pocos, logran convertir ese anhelo infantil en una forma de vida.
Fue lo que pensé recorriendo las calles de St. Augustine, Florida, la ciudad más antigua de los Estados Unidos, fundada por los españoles en 1565. Allí donde se celebró la primera misa católica en una parroquia del territorio que hoy conforma Estados Unidos, y también –aunque pocos lo sepan– la primera cena de Acción de Gracias, no en Plymouth como dicta la leyenda oficial, sino entre exploradores españoles y los nativos Timucua, a orillas del Atlántico.
La ciudad recibió su nombre porque Pedro Menéndez de Avilés avistó tierra por primera vez el 28 de agosto, día de San Agustín, santo patrono de su ciudad natal en España. En su honor, bautizó este nuevo asentamiento con su nombre.
Caminar por St. Augustine es caminar por una ciudad que guarda capas de historia como un cofre. Están la Misión Nombre de Dios, donde se erigió la primera cruz cristiana del continente; La Catedral Basílica de San Agustín, sede de la parroquia católica más antigua de EE.UU.; y el Castillo de San Marcos, con sus torreones de coquina y su aire de fortaleza española, que aún resiste los siglos y los huracanes.
Pero no todos los tesoros están a la vista. Algunos yacen en el fondo del mar.
Durante siglos, las aguas cercanas a Florida fueron ruta constante para los galeones que transportaban además de intercambios culturales como idioma, educación, enseñanzas mutuas, flora y fauna también oro, plata y joyas desde América hasta España. Muchos de esos barcos nunca llegaron a destino. Naufragios, tormentas, ataques piratas… El mar se tragó no solo cargamentos, sino también leyendas. Y son esas leyendas las que siguen atrayendo a buscadores de tesoros, modernos Quijotes del abismo marino.
Uno de ellos es Marc Anthony, cuya tienda “Spanish Main Antiques” parece más un museo submarino que un comercio. Marc no es un comerciante común: es arqueólogo autodidacta, buzo profesional y restaurador. En su local, que también alberga un laboratorio de conservación, se exhiben monedas de plata del siglo XVII, anclas corroídas por la sal, cerámicas coloniales, hebillas, rosarios, y objetos cotidianos que una vez navegaron en barcos españoles y hoy cuentan historias mudas de naufragios, supervivencia y olvido.
Entre sus piezas más especiales se encuentra una medalla limitada que representa a San Agustín y a Santa Mónica, recreada con metal extraído del naufragio del Atocha (1622). La original, una rara medalla española del siglo XVII, fue encontrada en los años 70 por un cazatesoros local en una propiedad privada de St. Augustine.
Marc Anthony lleva más de 30 años dedicados a rescatar fragmentos del pasado. Su experiencia incluye colaboraciones con museos y universidades, pero también con familias que han encontrado objetos en la playa y no saben si son basura o patrimonio. Él analiza, clasifica, restaura, y a veces, entrega piezas a instituciones cuando el hallazgo tiene un valor histórico incalculable.
“Cada objeto que rescatamos es una voz que vuelve a hablar”, me dijo con la emoción de un niño que nunca dejó de soñar, mientras yo miraba su muñeca con una gruesa pulsera portadora de una moneda rescatada de un barco pirata. En su taller-laboratorio, vimos una moneda española del 1715 que aún tenía el escudo de los Borbones visible, junto a un fragmento de porcelana china que había llegado a América gracias al Galeón de Manila. Tesoros del mundo en el vientre del mar.
En St. Augustine, entendí que buscar tesoros no es solo excavar arenas o bucear en arrecifes. Es también buscar las historias que nos definen. Los objetos no tienen valor solo por el oro o la plata que contienen, sino por la memoria que despiertan.
Y entonces, cuando alguien pregunte a un niño qué quiere ser cuando crezca, tal vez responda lo mismo: Buscador de tesoros.
Y ojalá lo logre. Todos somos en cierta forma buscadores de tesoros. Los verdaderos tesoros no siempre brillan. A veces están escondidos en el barro, en la sal, en la historia o tal vez en tu corazón junto a tus sueños esperando a ser rescatados.