En busca del tío Pepe
Si algo distingue el corazón de Madrid, aparte de la Gran Vía, el Paseo de la Castellana y el Parque del Retiro, son esas cuatro esquinas de la Puerta del Sol donde parece que la ciudad se derrite lentamente en los veranos, en sus quioscos de horchata, sus tiendas de jamones y bocadillos, el ajetreo de panal de los turistas y el mercado informal en las aceras del Corte Inglés.
La Puerta del Sol es también el plató de los indignados. Ahí cuajó el Movimiento M-15. La muchedumbre que acampó ahí, trocó el "Yes, we can" de Obama, por el "Yes, we camp", echó de menos no solo el trabajo y la falta de vivienda -el movimiento fue iniciado por jóvenes, a través de las redes sociales de Internet- sino también el aviso emblemático que fuera retirado temporalmente en 2011, después de 76 años: "Tío Pepe, sol de Andalucía embotellado", de la firma González Byass. Dejó de alumbrar ahí cuando fue remodelado el Hotel París, en cuya terraza se convirtió en símbolo de Madrid.
En sus inmediaciones, los suerteros ciegos venden todo el año el "gordo" con el que sueñan los madrileños, se arman tinglados para protestar por las guerras, los "parados" reparten volantes contra el gobierno y pululan también los Cristos que peroran con un megáfono bajo la sombra del oso y el madroño; pasan los bandeonistas que tocan "La Cumparsita", con el sombrero al suelo; pasa la gitana de la morería que ofrece un retrato, a quien quiera posar con ella, y también los chicos del pelo eléctrico, los "Punks" de pesadas botas y cejas rosadas; pasan los vendedores de chorizo, los predicadores del Museo del Jamón, los contrabandistas del Magreb.
El aviso de Tío Pepe está ahí desde 1935, caracterizado por una botella vestida de manola, con chaquetilla roja, sombrero cordobés y guitarra, sobre el edificio que data de 1863.
La Ordenanza de Publicidad Exterior de Madrid fue implacable desde 2009, cuando ordenó el retiro de numerosos avisos y vallas que, en su concepto, entorpecían el paisaje urbano. En esta política, Madrid quiso parecerse un poco a Barcelona, donde la medida tuvo éxito. Fueron retirados 223 avisos de neón y se impusieron multas por 600 mil euros.
Tío Pepe, junto a un aviso de Schweppes en La Gran Vía, el del Banco Bilbao Vizcaya en el Paseo de La Castellana, y el de "Firestone" en la Calle de Alcalá, fueron los únicos neones que se salvaron de la poda.
En 1935 la firma de vinos González Byass quiso celebrar su centenario con este neón gigantesco, por el cual pagó en aquel entonces 796 pesetas. El aviso pesa 70 toneladas, y despliega 30 mil vatios de potencia. Lo diseñó Luis Pérez Solero, como homenaje al tío del fundador de la compañía.
La ordenanza que retiró los anuncios, con el visto bueno de la Delegada para el Medio Ambiente, Ana Botella, decidió dejar al Tío Pepe por considerar que al tener ya más de 30 años en el paisaje urbano, "hacía parte de la proyección histórica de la ciudad". Como la silueta de los toros negros que presidían la meseta castellana, los que anunciaron otro día el Brandy de Jerez de la familia Osborne. No se concebía esa parte de España sin aquellos Miuras de latón que recortaban su silueta frente a océanos de olivares y bosques de encinas, o en las dehesas salmantinas de Turra, donde pace el cerdo ibérico en pos de la bellota. Debajo de un torete de estos, Penélope Cruz y Javier Bardem hicieron el amor por primera vez en la extraordinaria película "Jamón Jamón", del director Bigas Luna.
El Hotel París fue durante la Guerra Civil un hospital de sangre; por ahí también instalaron tiendas de zapatos y ventanillas para cambio de divisas. A fines de los 70 era todavía un lugar de gran tronío, como el Palace o el Ritz, donde tenían lugar las más pomposas bodas de Madrid.
Se alojaron ahí, entre otros, Édouard Manet, Maurice Ravel, el poeta Rubén Darío y Jacinto Benavente. También, la mayoría de invitados a la boda de Alfonso XIII.
Conocí el "París" en 2005, cuando era ya un hotel "cutre" de Madrid, con las alfombras raídas y escaleras de una madera que crujía como si llorara. La experiencia, sin embargo, de ver vibrar Madrid desde su terraza, en un fin de semana, me deparó la experiencia inolvidable de contemplar el aviso de Tío Pepe desde mi habitación, la 512, de ver sus conexiones ya vetustas, sus neones encendidos.
La bodega fundada en 1835 por Manuel María González Ángel, en sociedad con el enólogo inglés, Robert Blake Byass, es hoy una fábrica de finos, manzanillas, olorosos, amontillados, licores frutales y cremas, en la carretera que de Madrid conduce a Cádiz. En su techo ostenta la veleta más grande del mundo. Anuncia a distancia la dirección del viento, con chaquetilla, guitarra, y un sombrero igual al que usaba el "Pescaílla", el marido de Lola Flores.