La Bombonera y mi niñez (II)
En la nota anterior, puntualicé el papel central que cumplió en los primeros años de mi vida, haber nacido en una modesta habitación que se encontraba ubicada exactamente frente al ala de palcos del ya mítico estadio boquense.
Ese sector de visión privilegiada, que se extendía a lo largo del ala mencionada, tenía una torre en su centro, que superaba los 35 mts de altura (es la estimación que entrega mi memoria), en la que flameaba gallarda la bandera nacional y era costumbre, en las fechas patrias, que en su torno formaran los equipos antes de comenzar el juego, y a través de algún invitado especial acompañado con la música de fondo del himno nacional, se izara hasta el tope del mástil la insignia, mientras los espectadores entonaban con unción la letra.
A decir verdad no puedo precisar con exactitud el momento en que crucé por primera vez la calle Del Crucero (así llamada entonces), pisando el embaldosado de ese sector top para dirigirme al parque de juegos de la institución que completaba en su lado norte la superficie del coloso, como tampoco indicar con precisión, cuando ingresé por primera vez a la bandeja de socios para observar desde el cercano césped un partido en “vivo” (los jugadores se desplegaban en el campo de juego a pocos metros del espectador, al punto de poder apreciar las reacciones de su rostro!), pero en cambio, puedo recordar en todos sus detalles, la fecha en la que concurrí por última vez, a presenciar un partido de futbol en la Bombonera.
Fue el día miércoles 11 de setiembre del año 1963…
En la tarde de ese día Boca disputaba en su estadio el partido más trascendente de su historia moderna; la final de la copa Libertadores de América que estaba en juego ese año.
El adversario ocasional era nada menos que el Santos Futbol Club, el equipo brasileño estrella de la época.
Contaba en su elenco con el más grande jugador de entonces, Edson Arantes do Nacimento, mejor conocido como Pelé, crack al que acompañaba una corte de exquisitas figuras, casi todas ellas pertenecientes a su seleccionado mayor, que cuando se inspiraban conformaban” una orquesta sinfónica”
El pleito se resolvería mediante la disputa de dos partidos, uno en cada sede; Rio de Janeiro y Buenos Aires respectivamente fueron los escenarios..
El primero de ellos ya se había disputado en Rio de Janeiro el día 4 de setiembre y su revancha tendría lugar en la fecha y lugar que señalo líneas más arriba.
En los días previos a la disputa de esta, el barrio marinero estuvo convulsionado.
La tensión, mezclada con la ansiedad y esperanza que habían ganado a sus gentes, era indescriptible, sobre todo después de la reacción que había mostrado Boca en el partido de ida en Río, en el que después de estar en desventaja por el amplio score de 3-0, terminó poniéndose a tiro del empate, sufriendo finalmente una digna derrota ( de 3-2).
Por esa razón, el miércoles de la disputa, llegada la hora del mediodía, la Bombonera se encontraba colmada de público local.
Habían llegado hasta ella 50000 espectadores enfervorizados que colmaron su máxima capacidad, quienes incansablemente apoyaron al equipo con sus canticos desde tempranas horas.
El punto emocional más alto de la jornada se produjo cuando el equipo local piso el césped para disputar el encuentro.
Durante el desarrollo del partido Boca no defraudo a sus enfervorizados simpatizantes; por el contrario…puso entrega, garra y futbol, completando una tarea encomiable, pero al cabo de los 90 minutos de juego, no logró quebrar a su monumental adversario, que se alzó finalmente con la victoria por 2 tantos a 1.
Ese día, no fue uno más en mi vida, sino un parte aguas por múltiples motivos.
Ya puse de manifiesto en otro artículo, que en esa época (años 50 hasta principios de los 60, que es el periodo al que mi vida transcurrió exclusivamente en el barrio marinero) Boca Juniors era una especie de gigantesco “club de barrio”.
Que significaba ello?
En la práctica, permitía conocer personalmente a casi todos aquellos directivos que en el plano social y administrativo manejaban la institución, desde los controles que facilitaban el acceso al estadio cuando se disputaban los encuentros, hasta los cobradores que en nombre de ella, llegaban hasta los domicilio particulares de los asociados, para realizar las cobranzas que garantizaban el acceso los días domingos al sector que les correspondía.
Por ese motivo, cuando comencé a frecuentar la Bombonera en compañía de mi padre, que era carpintero de oficio, desde el primer día lo hice acompañado de un banquito que había fabricado de manera casera en su taller y me permitía, cuando legábamos a la primera bandeja del estadio pocos minutos antes de comenzar la disputa, instalarme cómodamente algunos centímetros por encima del resto de los asistentes para mejorar la visibilidad.
Habitualmente, en el lugar, nos encontrábamos con vecinos y conocidos que compartían nuestra pasión futbolera, con los cuales cambiamos todo el tiempo impresiones sobre el juego.
Al llegar el entretiempo, creo que éramos los únicos asistentes del espectáculo que, gracias a la benevolencia de los controles, nos retirábamos transitoriamente del estado para tomar una rápida merienda y regresar quince minutos después.
Y el día del trascendental partido, repetimos la rutina de cada jornada dominguera…pero en esta oportunidad, el diablo metió la cola y se produjo un imprevisto.
En el interior del estadio la ansiedad era evidente y por momentos parecía no volar siquiera una mosca.
El transcurso del primer tiempo, por la importancia del trofeo que se encontraba en juego, había sido intenso y atrapante, razón por la cual al producirse el entretiempo sentimos la necesidad de escuchar los autorizados comentarios y apreciaciones técnicas que a propósito del mismo estaba vertiendo un prestigioso crítico deportivo de la época llamado Enzo Ardigó, que trasmitía en vivo el evento para una emisora porteña.
Tan concentrados nos encontrábamos en la narración del periodista, , que cuando miramos nuestro reloj de pared caímos en la cuenta que estaría a punto de comenzar la segunda parte y raudamente decidimos retornar al estadio,
Pero mientras recorríamos los 40 metros que separaban nuestra vivienda del estadio, desde la Bombonera nos sorprendió el estallido de la garganta de 50000 almas que estaban celebrando el tanto xeneixe, logrado a los dos minutos del tiempo complementario
Puedo jurar que nunca en los 19 años vividos en la modesta casa boquense había escuchado el colectivo grito atronador que surco el aire aquel día
Como alguien lo dijo más tarde; ese día la Bombonera no vibró, no…
Ese día latió la Bombonera latió como un corazón multiplicado ad infinitum!!
El propio Pelé lo confesó muchos años más tarde en un reporte periodístico; dijo haber jugado en todos los estadios del mundo, pero nunca haber escuchado un estruendo semejante mientras disputaba un encuentro al producirse un gol..
Podrá creerse o no, pero por cábala decidí no pregunté qué jugador boquense había realizado esa proeza de marcar el tanto que le daba la transitoria ventaja a Boca y transcurrieron treinta años hasta que preguntara por el autor del mismo, tan grande y amarga había sido la experiencia vivida.
Demás está decir el clima exultante en que se encontraba el estadio cuando ingresamos a nuestra posición en la bandeja; el aliento persistía, pero poco después, casi 15 minutos no más, el equipo brasileño igualo el tanteador y el estadio pareció despertar de su sueño, que comenzaba a convertirse en su antónimo…una pesadilla,
Y como si fuera liviana, para tornarla más pesada aún, le puso broche el segundo tanto logrado por Pele casi al terminar el épico partido.
Que tarde aquella!!!
Simbólicamente con ella terminaba esa hermosa etapa que comprendía a la niñez hermanada a la adolescencia.
Al tiempo comprendí que ese match trascendental había constituido un parte aguas en mi vida…
Desde entonces, las tardes de domingo dejé de concurrir con el pequeño banquito de madera a presenciar los partidos de futbol junto a mi padre.
En “ese soplo que es la vida” había dejado atrás la niñez y la adolescencia, iniciando la etapa adulta.
Había cumplido ya 19 años y me encontraba cursando el segundo año de una carrera universitaria
A través del espejo de la memoria retrospectiva me encontré retozando con esa bandada de niños que se apropiaban cada día del parque de juegos anexos a la Bombonera.
Hasta ese entonces todas las emociones y alegrías experimentadas habían tenido como epicentro los cuentos de aquel marino gallego que en las tardes de nuestra infancia nos transportaba a los mares creados por su fantasía y los sucesos de las calles circunvecinas que completaba el universo cotidiano.
Llegaron hasta mi las primaveras infantiles, las jornadas domingueras en las que se disputaba un encuentro y se cerraban las calles que limitaban el estadio, momento que aprovechaba para mezclarme entre el público que deambulaba en torno a los accesos del estadio, mientras los vendedores ambulantes ofrecían a los concurrentes desde refrescos hasta comidas rápidas…
Los días en los cuales una enfermedad pasajera me privaba de concurrir al evento y debía resignarme a escuchar desde la cama de convaleciente el furioso tronar de las tribunas y debía medir que equipo había convertido un gol, midiendo la sonoridad o intensidad del grito que lo celebraba…
El recuerdo del mirador privilegiado que significaba para muchas humildes familias proletarias que convivían en el inmueble, dirigirse al termino del partido hasta la puerta cancel de la casa, para observar desde las rejas interiores del mismo la desconcentración rumorosa de los espectadores , realizando observaciones sobre sus rostros, vestimentas, gestos o particularidades…´
Los humildes vecinos, privados de la posibilidad de conocer el verdadero teatro y sus bambalinas, se conformaban con asistir al “teatro de la existencia”!
Con no menos nostalgia, recordaba las caminatas domingueras que por la vera del Riachuelo realizaba junto a mi padre y mi hermano menor, desde el “camin novo” (Almirante Brown) realizábamos en búsqueda de esos escenarios pintorescos que nos ofrecían los barcos de distintos porte amarrados y los marineros de exóticos países que recorrían sus cafetines y bodegones.
La vida universitaria que iniciaba entonces quebró esa frontera.
Al adentrarme en la vida urbana fui descubriendo nuevos ámbitos y al hacerlo sentía que en esos espacios era uno en la multitud.
En particular, comencé a intuir que había sido un niño privilegiado al nacer en ese “paese” acogedor que celebraba cotidianamente el trabajo y la fraternidad tanto como “la lírica y la plástica”.
No faltaba mucho para que descubriera que en ese andurrial del orgulloso centro metropolitano se había producido un fenómeno que aun hoy se encuentra insuficientemente estudiado por la alta cultura del país!
No terminan de comprender ue en el espacio ribereño que se expandió en torno a ese vientre de mil rayos que fue el Riachuelo, había atravesado el cielo un cometa con lengua propia que durante algo más de un siglo dio nacimiento a “un mundo en un barrio”.