Atrapando el Año Nuevo en un calendario
¡Un año se ha ido en un abrir y cerrar de ojos! Para algunos, pasó volando; para otros, se arrastró con una lentitud insoportable. Todo depende de cómo percibimos el tiempo: esa misteriosa dimensión que vivimos de forma tan subjetiva, pero que intentamos dominar con relojes y calendarios. Estas herramientas, con su precisión milimétrica y su estructura predecible, nos brindan la ilusión de control sobre el incesante flujo de estímulos y actividades que conforman nuestra vida cotidiana, aunque siempre se plantee el dilema entre Kairós y Kronos.
Acabo de comprar un calendario de papel, uno de animales: perritos coquetos y gatos mimosos decoran las páginas de mi planificador para el 2025. Desde ya voy anotando citas, presentaciones, anhelos y proyectos. ¿Existe entonces ese tiempo como una realidad externa o es solo una construcción de la mente?
Mi calendario, es el gregoriano, adoptado en 1582 por el papa Gregorio XIII, este corrigió los desfases del calendario juliano. Otros sistemas incluyen el calendario lunar, basado en los ciclos de la Luna, con años de 354 días, y el calendario solar, que mide el tiempo según la órbita de la Tierra alrededor del Sol, con años de 365,24 días. Este último fue perfeccionado por Julio César en el calendario juliano y ajustado más tarde en el gregoriano, incorporando los años bisiestos.
Algunas culturas han encontrado formas de armonizar los ciclos lunares y solares. El calendario chino, por ejemplo, es lunisolar: basa sus meses en los ciclos de la Luna, pero agrega un mes adicional aproximadamente cada tres años para mantenerse sincronizado con el año solar. También el hebreo es lunisolar. Otros calendarios reflejan diversidad cultural como el calendario Maya, el Hindú, el Etíope, etc.
La diversidad de calendarios no es solo una cuestión técnica, sino también una expresión de cómo las culturas perciben el tiempo. Para algunas, como las indígenas americanas, el tiempo se concibe de forma cíclica, mientras que para otras, como las occidentales, el tiempo es lineal, con un comienzo y un final definidos.
Cuelgo mi calendario de perritos y gatos en la pared cerca de mi escritorio para mantener la tradición, aunque hoy en día puedo consultarlo fácilmente en mi móvil. Mi abuela, en cambio, colgaba un almanaque santoral en su cocina. Cada día estaba dedicado a un santo, y si nacía un niño, solían elegir su nombre según el santo del día. También llevaba un pensamiento o consejo. Abuela arrancaba cada día que pasaba y el almanaque iba enflaqueciendo con el paso del año.
Pero mis tradiciones de Año Nuevo no terminan ahí. Me preparo para la celebración comprando uvas para comerlas al ritmo de las campanadas cuando el reloj marca la medianoche, formulando un deseo por cada mes del año. La música tampoco nos falta: escuchamos gaitas y canciones clásicas como “Faltan cinco pa’ las doce, el año va terminar, me voy corriendo a mi casa a abrazar a mi mamá”, que me transportan a recuerdos de mi calle, donde los vecinos salían con maletas después de las campanadas para atraer viajes en el año que comienza. También sostenemos dinero en las manos para atraer abundancia durante el conteo regresivo en voz alta y sonante: cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡Feliz Año! Y entre abrazos y emoción mojada por la champaña, damos la bienvenida a una nueva etapa: un año limpio y listo para estrenarse que se anuncia con fuegos artificiales. (Me parece oler la pólvora, también se me hace agua la boca al recordar la deliciosa comida en la mesa, mientras siento la algarabía reinante).
Mi vecina Rosa, de origen mexicano, tiene sus propias costumbres. Antes de la medianoche limpia su casa con incienso, quema hojas de laurel para atraer buena fortuna y prepara pozole y tamales. “El Año Nuevo es una oportunidad para dejar atrás lo malo y empezar con energía renovada”, me dice con una sonrisa.
Cada quien tiene sus tradiciones y sus propios constructos, lo que hace que recibamos el año con diferentes significados y a veces en un tiempo distinto según sus propios calendarios. Todo está profundamente influenciado por la historia, la religión y la cosmovisión de cada cultura. Cada celebración refleja una relación única con el tiempo, donde los ciclos astronómicos se convierten en momentos de introspección, alegría, renovación y sobre todo de esperanza.
En El Cairo, Omar, un joven profesor, celebra el comienzo del nuevo año islámico, el 1 de Muharram, el primer mes del calendario lunar islámico. Esta fecha cambia cada año en el calendario gregoriano, adelantándose unos 11 días. Para Omar y su familia, esta celebración es un momento de reflexión espiritual, marcado por oraciones, recitación del Corán y reuniones familiares. No hay fuegos artificiales ni grandes fiestas; el ambiente es solemne, pero lleno de gratitud, con platos tradicionales como fatta y koshari.
A más de 7,000 kilómetros de distancia, en Pekín, Mei Ling, una empresaria de 30 años, se prepara para el Año Nuevo Lunar, conocido como Chunjie. Según el calendario lunisolar chino, el Año Nuevo no tiene una fecha fija, pero suele caer entre finales de enero y mediados de febrero. Para Mei Ling, esta festividad es la más importante del año. Limpia su casa para ahuyentar la mala suerte, decora con farolillos rojos y prepara jiaozi (empanadillas). “Es un momento para regresar a casa, reconectar con la familia y honrar a los ancestros”, explica Mei Ling, mientras coloca sobre la mesa los sobres rojos (hongbao) llenos de dinero para los niños de la familia. El ambiente está lleno de simbolismo: los colores rojos, los desfiles con dragones y los fuegos artificiales están diseñados para atraer la buena fortuna y alejar a los espíritus malignos.
En Jaipur, Aryan, un joven estudiante de arquitectura, celebra el Año Nuevo durante el festival de Diwali, conocido como el “festival de las luces”. Aunque Diwali no es el comienzo del calendario hindú Vikram Samvat (que inicia en la primavera), en muchas regiones de la India se considera el inicio de un nuevo ciclo personal y espiritual. “Para nosotros, este es un momento de luz y esperanza”, explica Aryan mientras enciende lámparas de aceite (diyas) y decora su casa con flores y rangolis. Durante Diwali, Aryan también reflexiona sobre sus objetivos y se reúne con sus seres queridos para compartir dulces tradicionales como laddu y gulab jamun.
En el barrio de Mea Shearim, en Jerusalén, Ester, una escritora, celebra el Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío, que tiene lugar en el mes hebreo de Tishrei, entre septiembre y octubre. Rosh Hashaná marca el inicio de un período de introspección y arrepentimiento que culmina en Yom Kipur, el Día del Perdón. Ester y su familia se reúnen para compartir una comida llena de simbolismos: manzanas con miel para un año dulce, granadas que simbolizan abundancia y un pan redondo (jalá) que representa el ciclo de la vida. “Es un tiempo para reflexionar sobre el pasado, enmendar errores y comenzar de nuevo”, dice Ester, mientras suenan las notas del shofar, un cuerno de carnero que llama al arrepentimiento.
En Addis Abeba, Dawit, un joven ingeniero, celebra Enkutatash, el Año Nuevo etíope, cada 11 de septiembre (12 en años bisiestos). Este día marca el comienzo del calendario etíope, que sigue una versión modificada del antiguo calendario juliano. Etiopía tiene 13 meses en su calendario: 12 meses de 30 días y un mes adicional de 5 o 6 días. Para Dawit, Enkutatash es un día de alegría y comunidad. “Nos reunimos con amigos y familiares, vestimos ropa blanca tradicional, cantamos canciones que celebran la llegada de la primavera, y vamos a la iglesia”, comenta. También se intercambian flores amarillas, simbolizando la renovación y la esperanza de un año próspero.
San Agustín, reflexionaba sobre cómo el pasado solo existe en la memoria, el presente es un instante fugaz y el futuro es pura expectativa, la misma expectativa que nos plantean esos calendarios del mundo gregoriano desde ya en venta, colocando el nuevo año: 2025 junto a 12 páginas cuadriculadas con paisajes o dibujos motivadores. Es fascinante recordar que para muchas culturas el año ya comenzó, o comenzará en otro momento pero siempre abrigando el mismo deseo común: la esperanza en un nuevo comienzo, un reinicio cargado de posibilidades. ¡Feliz Año Nuevo!