La música de la palabra

El arte de la figuración

La imaginación característica de Andalucía consigue que el andaluz pueda observar el mundo con la mirada de la figuración. Se trata de una manera de soñar la vida, de reinventarla cada momento. Por medio de la figuración, el andaluz va a transformar “las realidades aparentes en hondas simas.” No miente, transfigura, “hace siempre poesía aun sin saberlo. Vive en constante estado metafórico,” el mundo se convierte en su personalísima interpretación. Tiene que transformar el lenguaje pragmático, no anularlo, si no adornarlo (desarticularlo como lo hacen Cantinflas o Sancho Panza), llenarlo de frescura y fantasía.  Por eso el andaluz al hablar no puede dejar de fabular: dichos, refranes, alusiones, leyendas, quiebros y requiebros, adivinanzas se escuchan en soportales, callejas, patios, balcones y tabernas en la Andalucía de la figuración, del duermevela, de la palabra entre el sueño y la vigilia; creación en el acto del lenguaje más vital. 

La palabra andaluza es como una capa torera, siempre cambiando de forma, al mismo tiempo busca y huye del dolor. “A falta de un saber absoluto y definitivo,” la figuración representa la “verdad desnuda.” Hay un criterio de verdad en las palabras, en su relación con el silencio. Estamos hablando de una verdad distinta a la razón, que se expresa cuando la palabra cobra plenamente su esencia musical, en el silencio que nos deja. En ese silencio el andaluz descubre el misterio que lo invade y lo lleva a preguntarse si realmente hay una realidad racional; de esa pregunta nace la necesidad de transformarla. Es por ello que en las coplas flamencas “espacios, objetos y seres del mundo cotidiano del gitano-andaluz (cárcel, hospital, silla, camisa, pájaro, viento) se cargan de energía simbólica, pero sin borrar la presencia real, tangible y objetiva de su materialidad inmediata e indefensa.” Entre el mundo simbólico y la realidad racional, contrapunto a dos voces, el andaluz construye un entorno donde todo significa y simboliza como si el universo estuviera tramado por un diálogo de signos y símbolos. El andaluz descubre la música de este diálogo. Como en el soneto de Baudelaire, todo se corresponde.  

Hay un mundo que miramos y un mundo que nos mira, por eso todas las cosas tienen alma. Recordemos los versos del Romancero gitano: “Las cosas la están mirando / y ella no puede mirarlas” (vv. 11-12). Mirar es inventar al mundo mientras el mundo nos inventa.

La palabra andaluza está herida de razón y locura, de vigilia y sueño, de sonido y silencio; por eso tiembla, y ese temblor le gusta al duende. El duende necesita el instante estremecido, y un silencio después de la palabra. Cada pequeña cosa tiene temblor, tiene duende. El duende entraña lo estremecedor, lo oculto, lo profundo, lo extraño.

Para Luis Rosales “la figuración es el pecado original de Andalucía. Es morder el fruto, volver al paraíso y regresar en un mismo instante. 

La figuración andaluza tiene sus raíces en la Pena: herida y cura, dolor y consuelo, luz y oscuridad, misterio y revelación.

La vida no tendría sentido sin una herida delirante, que dibuje la esencia más humana, el arte de la poesía y la poesía del arte, la belleza, el ocio, la pereza, la ternura, la emoción en su estado químicamente puro, el erotismo sagrado, el deseo de transformar la realidad en un juego de azar, en un teatro guiñol, en un espejismo. La vida no tendría sentido sin el deseo de transfigurarla, de hacerla a nuestra manera, de moldearla, de mirarla con ojos de ensoñación y locura; la vida no tendría sentido sin la embriaguez de la figuración andaluza.