Orbayada

Amores, maldades y otras historias

Hace unos días, en el Centro Riojano de Madrid, tuve la satisfacción de presentar un libro de una escritora gallega editado por la editorial Sial Pigmalión. Fue un acto entrañable donde, tras una breve presentación de su presidente, Basilio Rodríguez, el presidente del grupo, puso en valor a la autora y a su obra. Una escritora que se proclama así misma contadora de historias. Aunque, eso sí, no esperen que les de hecho el trabajo. Sus relatos son abiertos y pueden discurrir por múltiples caminos, como en el libro de Paul Auster 4321 o el de las puertas abiertas de Gareth Brown. De ustedes depende.

Releyendo a María no podrán evitar acordarse de Alicia en el país de las maravillas y pensar que se ha caído en el agujero de la vida y le urge probar todas las pócimas mágicas para ser, grande o pequeña según su curiosidad insaciable le incite a ello. Segrelles vuelve la mirada a la infancia mediante trampantojos y se impresiona cuando descubre que nada se asemeja a sus recuerdos. Nada es tan enorme como lo recuerda: ni las calles, ni los objetos, ni el miedo, ni siquiera la mesa del comedor de su casa es tan alta. Aun así, se recrea en la enormidad y tiene necesidad de contarlo ensayando con personajes, más buenos que malos, más ingenuos que procaces. Hasta que, entre bambalinas, con la magia de sus palabras, hace surgir conejos blancos de una sombrerera. Añora la soledad con la misma intensidad que por la noche la detesta y, según nos contó, cuando el alba la encuentra despierta pone fin al suplicio levantándose descalza para hacer lo que más le gusta: escribir nuevos relatos. Libro y papel siempre a mano, sobre todo cuando la soledad se hace dura y duele, reclama la autora.

En muchas de sus historias María Segrelles no solo escribe, como pintora experta realza la realidad sobre el lienzo con la paleta de colores de su prosa. Lo viejo, lo nuevo, lo exterior, lo interno, el deber, la libertad, la impaciencia y el desengaño se alternan en sus relatos. El amor correspondido, el robado, el dañado; las máscaras, la rebeldía o la independencia tienen encaje en historias que respiran un optimismo forzado o mejor dicho forjado con un barro denso de sarcasmo y melancolía. Con ella nuestras madres o abuelas se envalentonan y, con descaro, salen a la calle con pantalones ajenos a pesar de que saben que serán apercibidas por los curas; se rebelan frente a los estereotipos de una sociedad a la que le ha costado años aceptar la independencia de muchachas indómitas que, de compañeras sumisas, trabajadoras silenciadas o alicaídas damas, pasan a tener autonomía propia y puestos de responsabilidad en las empresas y, tal vez, como le sucede a Pepita, por el solo hecho de ser solteras, se convierten en candidatas inmejorables para ir a Mauritania. Y es que, a Segrelles, se nota, le gustan las mujeres con nombre propio, las que marcan su huella en la vida con brea.

Es una escritora de paisajes y sentimientos que evolucionan como en los antiguos juegos de los niños en los que un solo dibujo se repite con pequeños retoques para crear la ilusión de sutiles movimientos. Segrelles habla con las manos, con los ojos, con una sonrisa grande que lo cuenta todo. Como pintora experta, realza la realidad sobre el papel con la paleta de colores de su prosa y tan espontánea como precisa nos presenta a Juan Losada, un hombre tirando a amplio, ojos de color espejo y la cabeza como una bombilla de farola al que todos tienen por loco y al que cuando le dicen que le van a llevar al psiquiátrico responde: No hace falta que me vaya. Si ponen una reja alrededor del pueblo ya estamos todos dentro. Pues bien, ya estamos todos dentro, mientras la autora se evade como el aire entre los barrotes para buscar nuevas historias.

Todo lo que relata es verdad o ha existido, sus narraciones no mienten. No le gusta inventar personajes nuevos, le sobra con experimentar con los que conoce. Solo se detiene para escuchar las sensaciones de los ríos y de los animales recreando monólogos de gatos sabios y acicalados. No puedo comentar todos sus relatos, pero sí dejarles con la intriga de Micaela. Solo les diré, que después de “El Coloquio de los perros” de Miguel de Cervantes, la novela en la que Cipión y Berganza, dos canes desdichados, se dan cuenta de que se pueden entender mediante el lenguaje, María lo intentará con sus gatos. Estoy convencida de que terminará escribiendo un “Coloquio de gatos”, pero claro, no mininos apaleados ni trotamundos, serán felinos mimados y condescendientes con sus amos. Prepárense ustedes es solo cuestión de tiempo.

Los relatos de esta escritora gallega son como la patiñeira, esa lluvia fina y persistente que cala hasta los huesos bruñendo los colores de la naturaleza, capaz de crear un clima gratamente hostil donde hasta los gatos se atreven a explicar sus razones para ser adoptados y los cotilleos no se cuentan en las plazas de los pueblos sino en los autobuses, donde los viajeros asisten perplejos a conversaciones íntimas y quebradas, mientras María, acompañada del estridente silencio de sus pensamientos, descubre que la nevera vacía hace eco y que llueve. Siempre llueve. Pero no se dejen engañar por los sonidos porque está lejos de caer una treboada y, además, con María nunca se sabe, puede que mañana el día amanezca soleado.

¿De verdad que no lo notan? Huele a lluvia; sabe a lluvia. Empápense de ella. Les animo a disfrutar de los relatos de María Segrelles con todos los sentidos alerta. No se verán defraudados.

Maribel Barreiro

Es jurista y escritora, autora del libro De Príncipes azules y otros cuentos.