Díes irae

Los amantes de la Reina

Juan Carlos I, rey de España por voluntad de Franco, que se hizo acreedor al trono por voluntad popular refrendada en la Constitución de 1978, es un referente político incuestionable para quienes vivimos la mayor parte de nuestra vida bajo su reinado. Su compromiso con las libertades y la democracia, acreditado durante el golpe de estado del 23F, le granjeó el cariño de los españoles, uniendo a la legitimidad legal la legitimidad del afecto, componentes ambos necesarios para que una institución mantenga su vigor y pervivencia.

Sucede, no obstante, que como referente ético, el asunto deja ya más que desear. A los siempre disimulados escándalos financieros, en los últimos tiempos se han aireado sus infidelidades matrimoniales. Personalmente soy extremadamente laxo en la valoración de situaciones ajenas vinculadas al sexo, pero en el caso de Juan Carlos I no puedo olvidar que con sus infidelidades hacía daño a una de las personas que más admiración me han producido y me producen, en el ámbito de lo público: la reina Sofía.

Y como parece obvio que es una mujer íntegra y que no ha tenido amantes equiparables a las que ha tenido su marido, vengo a recalcar que no, por no serlo carnales, ha dejado de tener amantes. Porque es, con toda probabilidad, una de las mujeres más amadas de España. 

En su intimidad, tiene en Juan Sebastian Bach un amante perpetuo. Y de entre sus obras, consta que “La pasión según San Mateo” es su favorita; pasión compartida y asumida. Como tuvo por amante, en la admiración por su talento, al gran violoncelista ruso Mstislav Rostropovich, que la adoraba, que venía a España para interpretar para ella. Cuando él murió, Sofía acudió a Moscú para asistir a su funeral.

Rafael Frübeck de Burgos fue otro de sus admiradores más fervientes, el mejor director español tras el malogrado Ataulfo Argenta. Y ella siempre le correspondió. Como correspondió a Arthur Rubinstein, el excelso pianista. Y como tuvo relaciones de amor, de amor dentro de esa pasión compartida que es la música, con los directores Wihelm Kempff y, sobre todo, con Zubin Mheta.

Sobre Zubin Mheta no me resisto a contar una anécdota que me contó, a su vez, un amigo de Bilbao, melómano de raza. Zubin Mheta se presentó, jovencísimo, al puesto de director de la Orquesta Sinfónica de Bilbao. A pesar de su juventud les impresionó pero, tras muchas dudas (y en la más pura tradición sabiniana) la junta de calificación optó por dar el puesto a Pedro Pírfano, músico notable pero todo lo lejos que pueda establecerse del genio de Bombay. “Cómo vamos a dar el puesto a un indio…” parece que fue el razonamiento.

Han sido amantes de la reina todos los premiados con su premio “Reina Sofía de composición” desde su creación, en 1982. Y todos los alumnos de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, un referente internacional. Cuando Sofía recibió el trono consorte de España, salíamos de una larga noche cultural, en lo que a la música se refiere. Para el entorno de Franco, fuera de Lola Flores y “El Pescaílla”, las corcheas se agotaban. Y aunque siempre tuvimos una excelente Orquesta Nacional de España, y desde 1965 la de Radio Televisión Española, el panorama empezaba y terminaba ahí, con la excepción del Liceo barcelonés y la ya citada de Bilbao. A día de hoy hay orquestas, algunas formidables, en Madrid, La Coruña, Santiago de Compostela, Sevilla, Almería, Córdoba, Valencia, Málaga, Valladolid, Tenerife, Baleares, Navarra, Burgos, Algeciras… y alguna más que se me olvide. El impulso, la influencia de la reina Sofía han sido determinantes en ese presente esplendoroso.

Creo que todos los melómanos de nuestro país somos, de una u otra forma, amantes de la reina emérita.  Que nuestro cariño se demuestra y renueva cada vez que acude a un concierto y puede percibir el fervor y la emoción que suscita su presencia. Que en los años de su vida en España ha forjado un vínculo indeleble, a través de la música, entre su persona y aquellos a quienes hoy invoco y reivindico: los amantes de la reina.