Anécdotas literarias de Madrid

La Partida del Trueno. Espronceda, Larra y los demás

Madrid. - El café romántico "El Parmasillo" 1836 - Museo de Historia de Madrid

Los autores del romanticismo español solían reunirse en diferentes tertulias literarias, y entre ellas figuraba la de “El Parnasillo”, que se celebraba en el Café del Príncipe: un lugar sencillo con mesas rústicas de color marrón, un poco desangelado y con menos afluencia de público que en los demás locales de su entorno.  Allí acudían con mucha asiduidad escritores, actores, periodistas, empresarios teatrales y artistas de la talla de Espronceda, Antonio Ferrer del Río (que firmaba sus crónicas con el seudónimo de “El Madrileño”), Mariano José de Larra, Ramón Mesonero Romanos (que describe el Café del Príncipe como el más destartalado, sombrío y solitario), Francisco Martínez de la Rosa, Juan González de la Pezuela, Ramón de Valladares y Saavedra, Antonio Alcalá Galiano (que inicialmente no defendía los principios del movimiento romántico y los terminó apoyando), Antonio María Esquivel (pintor del romanticismo. En el año 1839 quedó ciego y sus amigos de tertulia pagaron el tratamiento a un gran oculista francés que curó su enfermedad), Miguel de los Santos Álvarez, Gregorio Romero Larrañaga (secretario de Bretón de los Herreros), Ventura de la Vega, Patricio de la Escosura (creador con Espronceda y Ventura de la Vega de la sociedad secreta “Los Numantinos”), Zorrilla y algunos otros que se denominaron a sí mismos la “Partida del Trueno”. Era el grupo de autores románticos que se habían situado justo enfrente de ese otro grupo de autores refinados a los que llamaban “Pisaverdes” en un tono burlesco y prepotente, porque les parecía que eran más sofisticados, mucho más educados y elegantes. También calificaron a otro grupo de jovencísimos escritores iniciáticos, inmaduros y despistados a los que llamaron “Lechuguinos” porque les parecía que eran demasiado jóvenes, inexpertos, frívolos, impacientes e incluso insustanciales o con poco meollo, y que creyéndose adultos y experimentados no dejaban de ser jovenzuelos que tenían menos que ofrecer que lo que ellos mismos pretendían.

El salón de actos del Ateneo de Madrid sirvió como campo de batalla dialéctica, en el que las ideas políticas, la literatura y los artículos de prensa jugaron un papel fundamental; pues allí se debatió muy férreamente en los años del romanticismo. Eran los autores que en torno a la década de 1830 pretendieron conjugar un universo profundamente idealizado y cuestionado, en el que las salidas de tono eran reflejo de temperamentos exaltados e incluso intransigentes. Era el Madrid que aun olía a heno y a excrementos de vacuno, porque las calles del centro estaban atestadas de establos y de caballerizas.

Los escritores del romanticismo compartían espacio e incluso cercanía con la profunda bohemia - latente y arraigada - y con otros escritores que no compartían sus criterios, aunque una atmósfera nueva ya se iba posando  en las diferentes estéticas que amparaba la Villa.

La “Partida del Trueno” pervive en las escenas casi intemporales. Tiempo en que los dramas se seguían representando en los teatros, como en la vida misma. Pues Mariano José de Larra, en pleno siglo XIX, pretendió desafiar a un adversario a través de un duelo cuando no le gustó que le llamaran “sabandija”. Otros de los autores románticos gozaban de numerosos enemigos. Y se llegó a decir que algunos de los miembros de la “Partida del Duelo” salían por Madrid a divertirse apaleando y vejando a ciudadanos anónimos e inocentes. Agrediendo a los que les parecían diferentes a lo que ellos representaban o pretendían representar. En algunas revistas de la época fueron calificadas las palizas como “calaveradas de buen humor”… y se sabe que tanto Espronceda como Larra o Ventura de la Vega participaron en ese tipo de polémicas diversiones.

Las acometidas de la “Partida del Trueno” duraron apenas unos meses y lo peor de todo es que a la “Partida de Trueno” le nacieron réplicas en el resto de España, pero en este caso ya no eran poetas. Eran personajes de poca monta que simplemente se divertían agrediendo a los demás.