Juan Pablo Forner. La sátira literaria
Juan Pablo Forner y Segarra (Mérida, 1756 – Madrid, 1797). Su vida madrileña se había situado en un conflicto permanente, y la literatura le sirvió precisamente para arremeter contra los autores que consideraba adversarios. Fue uno de los escritores españoles más polémicos del siglo XVIII. Pues desde su llegada a Madrid, y muy probablemente para hacerse notar en los ambientes literarios, se dedicó en cuerpo y alma, y desde el sarcasmo, a propagar los defectos que consideraba que tenían otros escritores de su tiempo. Por lo tanto, fueron muchos los que, sin comerlo ni beberlo, llegaron a ser auténticas víctimas de Juan Pablo Forner. Su carácter airado y soberbio le llevaba por esos derroteros en los que seguramente se encontraba a gusto. Llego a ser muy duro en sus críticas y en sus apreciaciones literarias, ya que incluso manifestaba su inquina personal cuando lo creía oportuno y atacaba sin piedad a través de la sátira.
En Madrid formó parte del grupo de ilustrados, al que también pertenecían Jovellanos, José Cadalso, Leandro Fernández Moratín (de quien fue buen amigo, ya que incluso lo defendió cuando la crítica le fue adversa) y algunos otros que estaban de acuerdo en hacer duros análisis de lo que sucedía en la sociedad madrileña de aquel tiempo. Y como Forner era capaz de utilizar los recursos satíricos con soltura, solía emplearlos con toda intensidad, ya que buscaba siempre los más hirientes y virulentos… Sus principales disputas se centraron en autores como Francisco Sánchez Barbero, Cándido María Trigueros o Vicente García de la Huerta, entre otros, pero su polémica literaria más conocida fue la que mantuvo con el fabulista Tomás Iriarte, con el que llegó a polemizar de un modo muy sonado. Lo atacó a través de la fábula satírica que tituló “El asno erudito” que comienza así: Vínole un día un hondo pensamiento / A un señor Don Jumento. / Cansado, y aburrido / De verse entre la tropa confundido / De millares de Bestias, / que no estiman del docto las molestias: / Con sabio descontento, / Moviendo las orejas, / El a si mismo se intimó estas quejas. / Yo soy docto sin duda: el que lo niega / Tiene cabeza lega. /Entre burras bruñidas / son siempre mis potencias aplaudidas… y cuando fue respondido con una simple carta volvió a atacar con más virulencia con otra sátira titulada “Los gramáticos, Historia chinesca”.
A Juan Pablo Forner le gustaba rebatir las obras que escribían determinados autores, poniendo en tela de juicio las opiniones que solían manifestar. Le interesaba la controversia y tal conducta le otorgó una fama de pendenciero que le acompañó durante el resto de su vida. Buena parte de esas controversias se iniciaron en el Diario Noticioso y continuaron, a partir de 1788, en el Diario de Madrid. Desde este periódico fue atacado Forner con cierta asiduidad. Así sucedió cuando su obra “La escuela de la amistad o el Filósofo enamorado” (estrenada en enero de 1795 en el Teatro de la Cruz) mantuvo una gran disputa cuando el periodista Pedro Estala ejercía de censor mensual en el Diario de Madrid y firmaba con el seudónimo “El Imparcial”. Pues no había puesto, por lo visto, suficiente énfasis al defender la obra de Forner, siendo amigo suyo... Estala colaboró en el Diario de Madrid entre los años 1775 y 1778.
Con Vicente García Huerta - que había sido autor de una antología de teatro de 16 volúmenes en la que no contemplaba la obra de Lope de Vega ni de cualquiera de sus discípulos y en la que mantuvo una actitud de absoluto desprecio contra la obra de Cervantes - mantuvo polémicas muy airadas. También las mantuvo con Samaniego, con Iriarte y con Jovellanos, entre otros…¡Forner dedicó a García de la Huerta el poema titulado “Al ídolo del vulgo” dice así: -Al cervelo liviano de chorlito / añade el casco de coplista hambriento, / la lengua de escorpión duro y violento / y la frente al estilo de cabrito; / cual de envidioso can, ojo maldito / de fulminante rabia, de jumento / el labio; y el pintar su pensamiento / copia en él la ignorancia en infinito. / Si acordar, oh pintor, quieres sus glorias, / ciñe tu sien de cardos; siempre abierta / la boca, burros mil en torno giran… / Pintele y no salí de tus memorias. / Más, ¿Qué animal es este? – El grande Huerta. / Si este es él, ¿Qué serán los que le admiran?