Mis personajes favoritos

Isidro

Isidro era el chico de la tienda de plantas y flores “Mercedes”, que habían instalado mi madre y mis tres tías en uno de los pabellones del hotelito de la calle don Ramón de La Cruz. Por la tienda pasaron algunos empleados con experiencia en la limpieza de las flores y en la elaboración de ramos y coronas. Uno de ellos, Ángel, fue “fichado” por Bourgignon, que era una de las mejores, si no la mejor, floristería madrileña.

Isidro García era un aprendiz voluntarioso. Su sueldo, que debía ser escaso, se complementaba con las propinas de los ramos y centros florales que se entregaban a domicilio. Un día de gran movimiento en la tienda era el Día de la Madre, que entonces se celebraba el 8 de Diciembre, coincidiendo con la festividad de la Concepción, y entre madres y Conchitas había un incesante movimiento de envíos a domicilio. Recuerdo que en uno de esos días, me empeñé en acompañar a Isidro en el reparto, con la esperanza de compartir las propinas, pero Isidro no estaba por la labor de renunciar a esos ingresos.

Isidro vivía con sus padres y su hermano menor Pedro en una chabola de las Ventas. Para evitarse caminatas de ida y vuelta, se llevaba la comida que consumía en la tienda, y luego se echaba una corta siesta en la parte de arriba del pabellón, donde había una vieja cocina y un servicio. Recuerdo que su almuerzo consistía fundamentalmente en un trozo de pan y un tomate. En sus ratos libres, yo jugaba al fútbol con Isidro, que era zurdo y pegaba a la pelota con fuerza, pero se cansaba enseguida.

Isidro tenía una novia con la que iba a casarse. El padre de su novia era jardinero, y trabajaba en la finca del Conde de Villapadierna, que tenía una gran ganadería caballar. En su cuadra destacaba un caballo, “Pumba”, que era un ganador nato. El Conde tenía entonces una compañía amorosa, Fernanda Montiel, una cantante guapísima.

Antes de casarse, Isidro tenía que cumplir su servicio militar. Recuerdo que, con su uniforme de soldado, fue a despedirse de mi madre y mis tías, acompañado de su novia, que no paraba de llorar. Más iba a llorar después. Porque, a los pocos días de campamento, Isidro sufrió un desvanecimiento, le ingresaron en el Hospital Militar Gómez Ulla, en Carabanchel, y resultó que tenía una grave enfermedad del corazón. Entonces la cirugía cardiovascular estaba en mantillas. Isidro falleció a los pocos días. Apenas unos años después, cuando yo colaboraba en la Revista “Yatros”, de la Asociación de la Prensa Médica Asturiana, en la Fundación Jiménez Díaz, el doctor Rábago realizaba la primera operación a corazón abierto que se hacía en España. Desde entonces, el crecimiento de la cirugía cardiovascular ha sido espectacular. Si Isidro hubiera nacido unos años después, ahora sería un anciano venerable, que habría tenido una vida en plenitud, quizá con hijos y nietos. Fue una buena persona, y espero que esté en el Cielo, disfrutando del aroma de las flores, que tanto cuidó durante su breve paso por este mundo.