El garbanzo, periódico de primera necesidad
Los madrileños vieron nacer el 18 de julio de 1872, durante el breve reinado de Amadeo de Saboya, un periódico humorístico subtitulado “de primera necesidad” con un nombre tan sustancioso como castizo: “El garbanzo”, que se imprimía por Julián Peña en la calle del Olivar, a un precio de subscripción de 5 reales por trimestre en Madrid, 6 reales en provincias, 8 reales en el extranjero y 40 reales al año en Ultramar, anunciándose como el periódico “más barato de España” y con una tirada de 27.000 ejemplares. Se trataba de un semanario, ya que se editaba “una olla por semana” (generalmente los jueves), lo que suponía, según ellos mismos, “una indigestión cada ocho días”.
Era una época convulsa para los periódicos y para los periodistas, como lo fue en política. En seis años se celebraron en España 5 elecciones generales, algunas claramente manipuladas por distintos poderes fácticos, y 7 legislaturas, dos de ellas constituyentes. El propio garbanzo cuenta, en enero de 1873, que en los últimos seis meses habían desaparecido “nada menos que cuarenta y dos periódicos callejeros”.
El garbanzo apenas resistió hasta el 24 de abril de 1873, nueve meses después de su fundación y dos meses y trece días tras la proclamación de la primera República el 11 de febrero del mismo año.
Había sido fundado por Eusebio Blasco Soler, articulista en otras publicaciones destacadas de la época como La Discusión o Gil Blas, corresponsal durante la apertura del Canal de Suez, y colaborador de Le Figaro en París, además de ateneísta y un prolífico autor de literatura de todos los géneros, desde el drama al verso, amigo de Gustavo Adolfo Bécquer y primer director de Vida Nueva, de la que eran redactores Vicente Blasco Ibáñez, Mariano de Cavia, Campoamor o Rubén Darío, entre otras grandes firmas. En esa publicación sacó a la luz Benito Pérez Galdós su célebre artículo “Fumándose las colonias” y Unamuno “¡¡Muera Don Quijote!”.
Hasta tal punto este curioso semanario fue un proyecto personal de Eusebio Blasco que el periódico estaba censado en su propio domicilio: en la Calle Magdalena 19, principal izquierda.
En esta etapa de su vida Eusebio Blasco era de ideología liberal y miembro del partido Demócrata, que le aupó al puesto de secretario del Ministro de Gobernación Nicolás María Rivero, que había sido su jefe en la redacción de La Discusión, fue alcalde de Madrid y militaba en el grupo político de los cimbrios, denominados así por la referencia a este pueblo pre germánico -enfrentado a la República de Roma- que aparecía en el Manifiesto de 12 de noviembre de 1868, firmado también por Cristino Martos y Manuel Becerra. Pero, como muchos de sus contemporáneos, mudó su ideología hacia el conservadurismo de Cánovas del Castillo y durante la Restauración se hizo alfonsino y ocupó el cargo de Director General de Correos.
Pero el empleo público era más una fuente de ingresos que una vocación al gusto de Blasco, que se definió a sí mismo “como político, fatal; como empleado, indolente, como hombre, desordenado e incauto”. Sólo un periodista como él podía presentar su dimisión al cargo de secretario del Ministro Rivero con la siguiente carta en verso, transcrita por su biógrafa Mª del Carmen Rubio:
“Amigo Don Nicolás:
esta vida me atormenta
y esto no me tiene cuenta;
me voy, y no vuelvo más.
Confieso desengañado,
que contra lo que creí,
no puedo vivir así,
no sirvo para empleado.
Me carga esta sujeción,
y estar aquí noche y día;
odio la Secretaría
que parece una prisión”.
Colaboró también en este semanario el pintor José Luis Pellicer, autor de buena parte de sus caricaturas e ilustraciones. Y como en otras publicaciones de la época, en El garbanzo había una sección de anuncios, algunos reales como el de otras publicaciones del mismo editor o el aceite de bellotas y sabia de coco contra el reumatismo, de venta en las principales farmacias; y otros anuncios inventados como las máquinas para hacer partidos conservadores al minuto, de venta en la calle Alcalá, casa del tupé; el Manual del Insurrecto Carlista, de venta en todas las sacristías; o el Arte de Conspirar por D.F. Serrano, que se vende por un Amadeo en las principales librerías. Otras secciones habituales eran charadas, caricaturas políticas y un jeroglífico semanal, cuya resolución se anunciaba para el número siguiente, lo que contribuía a la fidelidad de los lectores.
El garbanzo era un poco como su director: curioso, caótico, interesado por la vida cotidiana de los españoles, crítico con todos los actores políticos y con un fino sentido del humor. Como él mismo escribió en su epitafio: “un caballero que jamás tuvo caballo y que se murió de risa viendo a sus conciudadanos”.
El garbanzo se definía como un periódico “defensor de todas las clases independientes, trabajadoras y ajenas a la política”, aunque sus textos y viñetas desmienten en gran parte esta última aseveración. Es más, a su redacción se fueron incorporando colaboradores de distintas orientaciones políticas: Miguel Ramos Carrión, Vital Aza, Andrés Ruigomez, Pascual Ximénez Crós y Eduardo Palacio. En el número de dos de enero de 1873 se afirma que había entre ellos “un carlista, un conservador, un republicano, un radical y dos indiferentes”.
Con esta plantilla, no era de extrañar que una caricatura en portada se dedicara al “pavoroso porvenir” de los radicales, una segunda hiciera una semblanza humorística de “la vida del progresista” y una tercera del “unionista puro”. El garbanzo se ponía al fuego dando guantazos a todos. Y además refleja algo que hoy -siglo y medio después- nos suena bastante: la desconfianza, el hastío y el alejamiento respecto a la política de los españoles, que “en sus dos terceras partes opinan como nosotros, que todos los partidos son peores y que al contribuyente sacrificado, al olvidado artista, al hombre de ciencia postergado, al trabajador desatendido, al industrial siempre intranquilo les importa poco los ofrecimientos y buenas palabras de reaccionarios, unionistas, progresistas, moderados conservadores, federales, cimbrios, músicos y danzantes. El país, el verdadero país no desea sino tranquilidad, orden, facilidad de trabajar, administración barata y bien servida, seguridad personal, pagar poco y trabajar mucho”.
De lo que más presumía este periódico era de su independencia: “no recibe inspiraciones ni subvenciones de nadie”. Por eso en 1873 podía escribir lo siguiente: “El último consejo de ministros tuvo cierta importancia. Nos consta. Gracias a la elocuencia aterradora del presidente oímos en nuestra casa lo que se habla en el gobierno. Los ministros se reunieron como de costumbre alrededor de la mesa. Un gobierno sin mesa sería indecoroso. Se habló al principio del tiempo. No faltó quien dijera que era cosa de suprimirlo. Después se habló de la subida del termómetro. Al general Córdova le parecieron poco treinta grados. Las elecciones fueron objeto de grandes discusiones. Tanta legalidad me va pareciendo muy rara dijo uno. Con legalidad yo no puedo ser diputado ni nada, dijo otro. El presidente dijo que no había tanta legalidad como creían (…) Estamos en ridículo, añadió uno muy furioso. Se acordó rebajar un 25% de legalidad (…) Presentó el ministro de Ultramar un proyecto de ley para abonar sus atrasos a las familias de los soldados de Hernán Cortés que no cobraron su soldada. Uno de sus colegas objetó que bastaba con un decreto”… Amigos lectores… ¿les suena algo de esto?
Lo dicho… un periódico de primera necesidad.