Crónica en sepia

Establecimientos para redención de “extraviadas”

El delito femenino en siglos pasados se debía principalmente a la miseria del entorno; unas robaban para comer, otras por codicia, y las cárceles eran insuficientes para albergar tantas reclusas cuyo número se incrementaba cada vez más. Por tanto, se crearon Centros de Reclusión para delincuentes y prostitutas, con el fin de regenerarlas y encauzarlas hacia la vida honesta. 

La pragmática de Felipe II regula el orden que debe guardarse en las casas de prostitución. Algunas mujeres no querían trabajar en burdeles y lo hacen en sus casas alertando a los posibles clientes mediante un ramo de flores en la puerta; de ahí el nombre de “rameras”.

A comienzos del reinado de Felipe III, Madrid contaba con tres mancebías: calle Francos para clientes de alcurnia; calle Luzón para la clase media; plaza del Alamillo, en la Morería, para la plebe.

En el reinado de Felipe IV sólo quedaba una mancebía en la calle Mayor, con puerta al callejón de Arenal, cuya supresión solicitaron los frailes de San Felipe el Real.

Era necesario fundar establecimientos para mujeres delincuentes, prostitutas y necesitadas de “purgar deslices”. Conoceremos  dos de ellos:

Casa de recogimiento de mujeres Arrepentidas Santa María Egipcíaca, llamado así por María Egipcíaca cortesana arrepentida de borrascoso pasado. Estaba situada en la madrileña calle de San Leonardo n.º 7 frente a la iglesia de San Marcos. Carlos III autorizó su fundación en 1771. Era un asilo de mujeres que, ya cumplida su pena en la Galera, no quisieron volver a la calle.

También podían recluirse allí mujeres de buena conducta, solteras o viudas, que se apartaban del mundo y aportaban a la Comunidad la renta de sus bienes. Se hacían acompañar de sus propias sirvientas y desarrollaban una labor cultural enseñando a leer y escribir a las analfabetas.

Convento de las Recogidas de Santa María Magdalena

Casa de corrección fundada con el fin de redimir prostitutas, con un régimen  riguroso, para después colocarlas como sirvientas. En un principio fueron alojadas en el Hospital de Peregrinos y trasladadas en 1623 a la calle Hortaleza,  en procesión, de dos en dos, descalzas y con la cara cubierta con un velo. Acompañadas de clérigos, cruces, pendones. Quisieron darle importancia de acto solemne y la presenciaron los reyes desde el Monasterio de las Descalzas Reales.

Recogidas no por su propia voluntad, eran mujeres  consideradas “indóciles y desarregladas” por sus maridos, padres o autoridades judiciales y, en consecuencia y siempre que lo autorizara la Real Institución, podían ser internadas allí, siempre que pagaran cuatro reales de vellón diarios en concepto de alimento, cama, médico y botica. Se les daba vestido y calzado “honesto y humilde”.

El número de reclusas no era limitado. De 1835 a 1837 este convento tuvo una ilustre inquilina, Sor Patrocinio “la monja de las llagas” . Ella misma lo relata en sus memorias: ”Los incrédulos decidieron acusarme de impostura, artificios y fanatismo. Un juez llamado Cortázar abrió un proceso en mi contra. A la espera de sentencia firme me ordenaron dejar mi convento para ingresar en la Casa de arrepentidas de Santa María Magdalena”.

Actualmente, el edificio sigue en pie y ocupa el número 88 de la calle Hortaleza.