Crónica en sepia

El bandido generoso

A estas alturas ¿interesa una historia sobre bandidos? .La de este sí, por su desenlace.

Luis Candelas Cajigal nace en la madrileña calle Calvario en 1804, hijo de un ebanista que se preocupó de darle estudios en los Jesuitas, aunque solo estuvo dos años. A partir de entonces, su escuela fue la calle.

Son años de bandolerismo y formó su cuadrilla con tres amigos analfabetos con los que se dedica a asaltar diligencias por la zona de Torrelodones y las Rozas. Siempre con el lema “no herir ni matar a nadie”.

Es un bandolero urbano que practica el escapismo, asalta comercios y domicilios particulares de Madrid. Cuando la capital se le queda pequeña, extiende sus fechorías por Segovia y San Martín de Valdeiglesias.

En su ficha policial aparece como escapista y “tomador del dos”. Escapista es el que utiliza ganzúas. Tomador del dos se refiere a dos maniquíes, uno de hombre y otro de mujer; por dentro la ropa lleva cascabeles. Así practica el arte de robar sin que la víctima se percate. Si suenan los cascabeles es que lo están haciendo mal.

Luis Candelas lleva una doble vida. Debido a su cultura consigue un trabajo como Agente de Contribuciones, imponiendo multas a los que conseguían pasar géneros o mercancías sin pagar impuestos.

Al fallecer su madre, hereda sesenta mil reales que le permiten alquilar una vivienda elegante y espaciosa.

Viste trajes de buena factura, confeccionados por el sastre Juan Utrilla en su taller de la Carrera de San Jerónimo 16 donde presentaba un maniquí de madera de estatura normal, vestido completamente con telas y accesorios españoles.

Luis Candelas viste por la noche siempre con capa azul y se pasea por Madrid con Lola la naranjera, a quien comparte con el rey Fernando VII.

Es a partir de 1836 cuando Candelas y su cuadrilla se convierten en legendarios. Les dedican coplas y pliegos de cordel. Siguen los robos a domicilio, entre ellos el asalto a la vivienda de Vicenta Mormín, modista de la reina. El botín fue de setecientos mil reales y varias joyas. Cuando ya se retiraban de la casa, llegaron visitas y también les robaron.

Repartido el botín, cada miembro de la cuadrilla se dispersa y Luis Candelas adquiere una nueva identidad.

Lograron detenerle y su proceso fue rápido. Candelas era un personaje de relieve, no había cometido ni un solo delito de sangre y aun así, se dictó sentencia de muerte, morir a garrote vil.

Luis Candelas dirigió una carta a la reina pidiendo clemencia, que le fue denegada. El 4 de noviembre de 1837 entró en capilla, confesó y comulgó. Horas después, ya amaneciendo, montó un borriquillo y se dirigió al cadalso colocado junto a la Puerta de Toledo aunque otros historiadores lo sitúan en la Plaza de la Cebada.

Ya en el banquillo, fue atado de pies y manos. Cuando le pusieron la argolla y con permiso del verdugo, se dirigió al publico que asistía a la ejecución y dijo con voz firme :”He sido pecador como hombre, pero nunca se mancharon mis manos con sangre de mis semejantes…”. Ahí está lo terrible de este caso: condenado a muerte por delitos sin sangre.

El verdugo cumplió con su misión.