Poéticas de la inteligencia

Mario Vargas Llosa: la palabra como resistencia y permanencia

La muerte de Mario Vargas Llosa en Lima cierra uno de los capítulos más brillantes de la literatura en español, pero abre la permanencia de su legado en la memoria universal. Dueño de una prosa lúcida y de un rigor narrativo que convirtió cada obra en un laboratorio de formas, Vargas Llosa entendía la escritura como un proceso estético que, más allá de la veracidad, buscaba la coherencia interna del relato, revelando la complejidad de lo humano y de lo social. 

El escritor peruano, galardonado con el Premio Nobel de Literatura, supo tejer a lo largo de su obra una reflexión persistente sobre la condición humana, la sociedad y la política, siempre desde la convicción de que escribir es un acto estético, un ejercicio donde la veracidad se subordina a la coherencia interna del relato. En sus novelas, Vargas Llosa dejó claro que la ficción no era una copia de la realidad, sino su expansión, su interpretación y su cuestionamiento.

Desde sus primeras obras, como La ciudad y los perros o Conversación en La Catedral, hasta títulos fundamentales como La guerra del fin del mundo o La fiesta del Chivo, Vargas Llosa se mantuvo fiel a la idea de que la literatura es, ante todo, un proceso autoral profundamente personal, casi autista, en el que la voz del escritor dialoga con su tiempo y su contexto, pero también se distancia de ellos para observar con lucidez los pliegues invisibles de la realidad. Esta concepción estética permitió que su obra no fuera una simple transmisión de datos o de hechos sociales, sino un ejercicio de construcción de mundos donde lo particular y lo general se enfrentan y se funden, un espacio donde lo corriente convive con lo inexplicable, lo insólito con lo cotidiano.

Formó parte indiscutible del “boom” hispanoamericano de los años sesenta, una generación que, junto a figuras como Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Isabel Allende, Arturo Uslar Pietri y Carlos Fuentes, revolucionó las letras universales no sólo por su innovación formal, sino por su profundo diálogo con las tensiones culturales, políticas y existenciales de América Latina. Vargas Llosa fue siempre un escritor que, aun en sus posturas políticas cambiantes, se mantuvo coherente en su rechazo a la violencia, al autoritarismo y a la censura, entendiendo la literatura como un espacio de resistencia frente a cualquier forma de totalitarismo.

Su muerte, ocurrida en Lima, en paz y rodeado de su familia, es también un símbolo: el regreso al punto de partida, al Perú que fue en sus letras un territorio de conflicto y belleza, de nostalgia y crítica. Vargas Llosa supo construir desde la palabra una identidad que trasciende fronteras, y con su partida, la literatura en español pierde a uno de sus más ilustres artífices, pero su obra queda, intacta y vibrante, como testimonio de que la ficción es, en última instancia, la forma más lúcida de pensar y reinventar la realidad.