Martin Heidegger: la utopía de ser uno mismo
En la vasta y compleja obra del filósofo Martin Heidegger, la búsqueda del ser ocupa el centro absoluto de su reflexión filosófica. Esa inquietud esencial, que se despliega como un camino interminable, no es un mero ejercicio intelectual, sino una experiencia vital que atraviesa la vida misma, el arte, la poesía y, por supuesto, la conciencia de cada ser humano. En su poema “El salto”, Heidegger plantea interrogantes fundamentales que resuenan en el corazón de esa búsqueda: ¿Quién es el hombre? ¿Qué es el ser? ¿Cómo es su alianza? Preguntas que se lanzan al abismo del tiempo y del sentido, sin pretender respuestas definitivas, sino convocando al salto, a la exploración inagotable.
El salto que propone Heidegger en su poema no es estrictamente un movimiento físico o una decisión puntual, sino una metáfora para la transformación radical de la conciencia. Es el salto desde “el más amplio recuerdo” —la carga del pasado— hacia un “infundado circuito”, una apertura hacia lo incierto y lo no dicho, donde podemos comenzar a interrogarnos sin cesar sobre lo esencial: el ser mismo. Esta búsqueda filosófica y poética recuerda la afirmación de Heidegger: “La angustia es la disposición fundamental que nos coloca ante la nada”. Esa nada no es una simple carencia, sino el espacio donde surge la posibilidad de comprender el ser, de enfrentarse a uno mismo sin máscaras ni artificios, es el “claro del bosque” de Zambrano, en donde también es posible encontrarse con uno mismo.
La poesía, al igual que la filosofía, ofrece una vía para explorar esa conciencia del ser y del tiempo. Heidegger también afirmó que “la temporalidad es una unidad en la cual el pasado, el presente y el futuro no son momentos diferentes”. El tiempo, entonces, no es lineal, sino un continuo en el que todos los instantes se entrelazan, permitiendo que el ser humano transite entre memorias, percepciones actuales y proyecciones futuras. Esta concepción del tiempo como una experiencia unificada y profunda encuentra resonancia en la poesía y en la literatura, donde los límites entre lo real y lo imaginario, entre el pasado y el presente, se disuelven.
William Shakespeare, en su obra “Romeo y Julieta”, escribió una frase que captura esa misma inquietud ontológica: “¿Quién eres tú que, oculto por la noche, entras en mis secretos pensamientos?”. Esta pregunta, aunque formulada en un contexto amoroso, revela la angustia existencial de enfrentarse al misterio del otro y, al mismo tiempo, al misterio de uno mismo. La noche se convierte en un espacio simbólico donde las certezas se desvanecen y donde el ser humano queda expuesto a sus dudas más profundas.
Alejandra Pizarnik, por su parte, también exploró la conciencia de no ser nada, de habitar una existencia marcada por el vacío y la incertidumbre. En uno de sus textos más memorables, afirmó: “Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte. Tal vez la noche es nada y las conjeturas sobre ella nada y los seres que la viven nada”. La noche, para Pizarnik, es el territorio donde la conciencia se libera de las constricciones diurnas y donde el ser humano puede enfrentarse a su verdadera naturaleza, aunque esta sea un abismo de nada.
En esta combinación de voces filosóficas y poéticas, se revela una constante: la búsqueda del ser es infinita e inacabable. La libertad, en ese contexto, no es simplemente la ausencia de ataduras externas, sino la capacidad de reconocerse a uno mismo frente al espejo del tiempo y del mundo cambiante. Esta búsqueda, que podría parecer utópica, es en realidad el motor que impulsa tanto la filosofía como la poesía, dos disciplinas que, aunque distintas en sus formas, comparten el anhelo de comprender lo inexplicable.
En una sociedad que constantemente impone moldes y etiquetas, donde el ser humano es frecuentemente reducido a un rol o una función productiva, la reflexión sobre el ser se vuelve un acto de resistencia y libertad; cuestionar esas imposiciones y sumergirnos en el misterio de nuestra propia existencia es aceptar que, aunque nunca podamos responder de manera definitiva a las grandes preguntas del ser, el acto de formularlas ya es en sí mismo una forma de autenticidad.
El salto del que habla Heidegger, entonces, no es solo una imagen poética, sino un llamado a vivir plenamente la búsqueda del ser, a enfrentarnos a la nada con arrojo y a reconocer que, en ese abismo, también podemos encontrar sentido. La poesía, con su capacidad para decir lo indecible, se convierte en una herramienta imprescindible para ese viaje, permitiendo que el ser humano exprese lo que la lógica y el lenguaje cotidiano no pueden captar.
La búsqueda del ser es un camino sin fin, pero es precisamente en esa esencia inagotable donde reside su belleza y su impronta. Mientras sigamos saltando hacia lo desconocido, avanzando frente al horizonte infinito de palabras, o nos sumerjamos en amores inconfesables, mientras sigamos preguntándonos “¿Quién soy?”, “¿Qué es el ser?” y “¿Cómo es su alianza?”, estaremos ejerciendo nuestra libertad más profunda: la de ser humanos en constante devenir.