Jorge Manrique: escribir contra el olvido
Cuando mi abuelo murió, yo tenía catorce años y lo primero que hice fue coger una libreta para apuntar todas sus peculiaridades. No quería que se me olvidaran. Estoy convencida de que este humano dolor por la pérdida y miedo al olvido que a mí un día me llevaron a tomar un bolígrafo, fueron sentimientos similares a los que un día motivaron a Jorge Manrique para escribir sus Coplas a la muerte de su padre.
Jorge Manrique fue un poeta y guerrero del siglo XV que perteneció a la alta nobleza castellana. Su madre, Mencía, murió cuando él apenas era un niño, por lo que su padre, Rodrigo Manrique, se convirtió en su figura de máxima referencia y en el responsable de su educación. Intuyo que don Rodrigo fue un padre excelente, dado que, cuando la muerte llamó a su puerta en 1476, su hijo Jorge le escribió un poema elegíaco que ha llegado a convertirse en un clásico del canon literario universal.
A lo largo de las cuarenta coplas de pie quebrado, Jorge Manrique desarrolla, entre muchos tópicos y temas, el concepto de las tres vidas. La primera es la vida terrenal, que está llena de sufrimiento y se termina cuando llega la muerte. La segunda es la vida eterna, que es la vida en el Cielo, tras la muerte, y está colmada de placeres constantes. Y por último, la tercera es la vida de la fama. Esta vida no es alcanzable para todo el mundo, solo las personas que hayan obrado con rectitud y nobleza de espíritu durante la vida terrenal lograrán ser tan famosas que nunca serán olvidadas.
Jorge Manrique estimaba profundamente a su padre, tanto, que decidió honrar su memoria con un poema que inmortalizara su nombre y su figura, confiando en que la palabra escrita lo mantendría vivo de algún modo. Sin embargo, estoy convencida de que jamás imaginó que su obra alcanzaría tal trascendencia, al punto de que, seiscientos años después, se seguiría hablando de ella como un referente literario universal. Se puede decir que, aunque él y su padre perdieron la vida terrenal — y no podemos asegurar la existencia de la vida eterna — lo que sí es indiscutible es que siguen vivos en la vida de la fama. ¿De cuántos de nosotros se seguirá hablando dentro de seis siglos? ¿Cuántos de nuestros nombres serán estudiados año tras año en institutos de toda España?
Manrique nos enseña que la escritura es un acto de resistencia frente a la caducidad de la vida terrenal. Al recordar y honrar a quienes nos han influido, no solo preservamos su memoria, sino que también les conferimos una forma de inmortalidad a través de las palabras. Así lo hizo Jorge Manrique al convertir el amor y la admiración por su padre en un legado universal, y así lo hacemos cada vez que plasmamos en papel las historias de quienes dejaron una huella en nosotros. Porque escribir no es solo recordar, es también prolongar la existencia más allá de lo perecedero.