Diálogo extratextual: Alfonso Reyes en su constelación literaria
La vida de Alfonso Reyes fue —como bien apuntó José Luis Martínez— una hazaña de la voluntad y la imaginación. Un hombre atravesado por el dolor del exilio, la pulsión de la palabra y una insaciable curiosidad por el pensamiento humano, supo tender puentes entre culturas, lenguas y tradiciones, pero también entre personas, especialmente mujeres que marcaron su vida intelectual y afectiva. Si algo falta en los estudios alfonsinos es una mirada que reconozca a esas interlocutoras que lo acompañaron en la escritura y en la vida.
A lo largo de sus viajes diplomáticos y literarios, Reyes entabló una rica correspondencia con figuras clave de la cultura hispanoamericana y europea: Victoria Ocampo, Juana de Ibarbourou, Émilie Noulet, Cecília Meireles… mujeres que no sólo leyeron y editaron sus textos, sino que pensaron con él el lenguaje, el mundo y sus formas de habitarlo. Este diálogo extratextual revela un Reyes profundamente receptivo, editor riguroso, amigo generoso y lector apasionado.
Cuando Victoria Ocampo lanza el primer número de la revista Sur, en 1931, Reyes aplaude la iniciativa con entusiasmo. Ocampo soñaba con un comité editorial transatlántico, moderno, polifónico, y Reyes encontró en ese proyecto una concreción de sus propias ideas sobre “las distintas Américas y sus diversos vínculos entre ellos y con Europa y el resto del mundo”. Sur se convirtió en una puerta abierta a temas, voces y sensibilidades, y Reyes fue un aliado activo en ese tránsito.
En una carta del 21 de noviembre de 1939, Reyes le corrige a Ocampo un detalle erudito: “Del persa Datis” debe decir “de Datis el medo”. La editora argentina, en respuesta, confiesa: “Tendría tantas y tantas cosas que decirte […] sería cuestión de escribir un libro y no una carta”. Ese tono íntimo e intelectual resume la relación de Reyes con muchas de sus interlocutoras.
Con Émilie Noulet, crítica y traductora belga, Reyes mantuvo un lazo estrecho que giraba en torno a la traducción poética. En mayo de 1959, él le agradece la versión francesa de su Glosa y comenta: “Por primera vez, en efecto, estoy plenamente satisfecho”. Junto a ella afinó textos, discutió ritmos y reflexionó sobre el sentido profundo de la expresión poética. En sus propias palabras: “La expresión es resultante de la plenitud de la vida en todos sus estados […] tiene su fin en sí, por el desahogo que ocasiona al ser rebosante”.
Pero también hubo críticas al sistema literario: Noulet le confesó con amarga lucidez que la poesía hispanoamericana tenía escasas posibilidades de publicación en Francia. “Ahora sé que el problema de la extensión sólo es un pretexto y que la verdad es que la poesía no se vende”.
Durante su estancia en Brasil, Reyes cultivó una relación significativa con Cecília Meireles, poeta y pedagoga clave del modernismo brasileño. Entre ambos hubo intercambio de libros, ideas y reflexiones sobre la educación y la infancia. Meireles, interesada en los sistemas educativos, agradeció a Reyes por el envío de materiales de la Secretaría de Educación mexicana.
También con Juana de Ibarbourou mantuvo un vínculo epistolar, cargado de afecto y respeto. En una carta de 1937, Reyes la defiende ante un posible ataque literario y le escribe con ternura y firmeza: “Viva tranquila, esas cosas no pueden evitarse. Usted está mucho más allá, mucho más arriba, mucho más hondo”.
Este recorrido por las correspondencias de Reyes alumbra su perfil humano y nos recuerda que el canon —esa nebulosa de nombres consagrados— necesita ser revisitado desde la memoria afectiva y crítica. Si no se nombra a las mujeres que lo acompañaron, si no se recupera esa otra mitad del diálogo, la lectura de Alfonso Reyes quedará incompleta. Porque, como bien señala una de estas voces, “la memoria del pueblo es todo”. Y la memoria de nuestras letras también.