La esfera perfecta: el concepto del cuento en la obra de Julio Cortázar
Julio Cortázar, una de las figuras más influyentes de la literatura latinoamericana del siglo XX, concebía el cuento como una forma artística de precisión casi matemática. Su perspectiva sobre el género trasciende la mera narración; para Cortázar, el cuento es una esfera perfecta, una estructura cerrada que, en su brevedad, concentra el poder de toda una narrativa completa. Esta concepción rigurosa y exigente no solo define su propia obra, sino que ha iluminado a generaciones de escritores que buscan en el cuento un vehículo de expresión y experimentación literaria.
En palabras del propio Cortázar, “el cuento es algo que tiene un ciclo perfecto e implacable; algo que empieza y termina satisfactoriamente como la esfera en que ninguna molécula puede estar fuera de sus límites precisos”. Con esta idea, el autor argentino establece un estándar técnico y estético para el género. A diferencia de la novela, que puede permitirse digresiones y ramificaciones, el cuento debe mantener una cohesión total. Cada elemento narrativo —desde la primera línea hasta el desenlace— está subordinado al propósito de cerrar ese círculo, de completar la esfera.
El concepto de esfericidad es central en la visión de Cortázar sobre el cuento. Esto implica que todo lo que ocurre dentro de la narración debe ser funcional y significativo. Nada puede estar fuera de lugar; cada palabra, cada gesto de los personajes, cada detalle del entorno tiene un propósito dentro de la estructura cerrada que forma la historia. Esta economía narrativa no solo es un desafío técnico para el escritor, sino también una fuente de satisfacción estética para el lector, quien encuentra en el cuento una experiencia completa e intensa en un espacio reducido.
La esfericidad también está ligada a la brevedad, otra característica esencial del cuento según Cortázar. En su ensayo sobre el género, el autor describe al cuento como “una cosa que se define rápidamente y cuya perfección está precisamente en su brevedad”. La capacidad de condensar en pocas páginas una historia con un impacto profundo es lo que distingue al cuento de otros géneros. No hay espacio para el exceso ni para las digresiones; todo debe apuntar hacia el centro de la esfera, donde reside la esencia misma del relato.
La idea de esfericidad encuentra eco en la obra de otro gran maestro del cuento, Jorge Luis Borges, quien afirmaba que “el cuento empieza por una suerte de revelación”. Esta revelación, en el caso de Borges, marca tanto el principio como el fin del relato, dejando al escritor la tarea de descifrar y construir lo que sucede entre ambos puntos. Para ambos autores, el cuento es una forma que exige claridad y precisión desde el inicio. El escritor debe saber no solo cómo empieza la historia, sino también cómo termina, y luego construir el trayecto con la máxima coherencia y eficacia narrativa.
A pesar de su brevedad, el cuento tiene el poder de abrir ventanas hacia lo infinito, hacia realidades que se despliegan más allá de la página. Cortázar entendía esto profundamente y, en sus cuentos, logra evocar universos enteros en pocas líneas. Obras como La casa tomada o Axolotl son ejemplos paradigmáticos de cómo el cuento puede ser una forma breve y, al mismo tiempo, expansiva. Cada relato contiene un mundo que trasciende sus límites aparentes, invitando al lector a habitarlo y explorarlo más allá de la última línea.
El enfoque de Cortázar hacia el cuento ha dejado una huella imborrable en la literatura contemporánea. Su idea de la esfericidad y su compromiso con la perfección formal han inspirado a numerosos escritores a explorar el género con una nueva rigurosidad y ambición. Cortázar no solo fue un renovador de formas y lenguajes, sino también un filósofo de la narrativa breve, un pensador que supo convertir el cuento en una obra de arte autónoma y autosuficiente.